El amanecer pintaba el cielo de un gris apagado, como si la ciudad supiera que algo estaba a punto de romperse. En el hospital, Valeska apenas había dormido. Estaba sentada junto a la ventana, con el teléfono en la mano, esperando noticias de Fabricio. Lisandro, recostado en la cama, fingía descansar, pero sus ojos entreabiertos la seguían. El silencio entre ellos era pesado, lleno de cosas no dichas.
—¿No vas a decirme qué pasa? —preguntó Lisandro, su voz salió ronca por el cansancio.
—Nada pasa. Solo… estoy preocupada por Adrián —Valeska se tensó, pero no se giró.
—Adrián está con tu papá. Está bien. —Lisandro se incorporó un poco, haciendo una mueca por el dolor en las costillas—. Pero tú no. ¿Qué escondes, Valeska?
Ella lo miró por fin, y sus ojos se encontraron. Quería contarle todo: que había enviado a Fabricio a vigilar a Iskra, que temía que esa mujer volviera a hacerles daño. Pero algo la detuvo. ¿Y si él también estaba escondiendo algo? La duda la quemaba por dentro.
—Tú pri