El pasillo del hospital estaba silencioso, salvo por el zumbido lejano de un monitor y el eco de pasos distantes. Valeska, Lisandro, Fabricio y Oliver estaban frente a la habitación de Lisandro, mirándose como si estuvieran a punto de entrar en una batalla.
La tensión era palpable, un nudo invisible que los unía y, a la vez, los separaba. Lisandro, apoyado contra la pared, respiraba con dificultad, pero sus ojos mostraban una determinación que no había tenido en días. Valeska lo miraba, dividida entre el alivio de saber que la prueba de paternidad era falsa y la culpa por haberle ocultado su plan.
—Hablemos adentro —dijo Lisandro, señalando la puerta de su habitación—. No quiero que nadie nos escuche.
Valeska asintió, aunque su corazón latía con fuerza. No sabía cómo empezar, cómo explicar por qué había enviado a Fabricio a vigilar a Iskra sin decírselo. Pero la mirada de Lisandro, firme pero no acusadora, le dio un poco de calma. Entraron a la habitación, y Fabricio cerró la puerta c