Álvaro salió de edificio donde estaba su oficina y se encontró a boca jarro con su madre que venía entrando.
—Te estuve llamando, no contestaste mis llamadas —lo reprendió suavemente, mientras le daba un beso en la mejilla.
Álvaro hizo un gesto instintivo buscando su celular y no lo encontró en sus pantalones ni en su saco.
—No tengo mi celular —dijo pensativo— no sé dónde lo dejé. Debo volver, se me ha de haber quedado en la oficina.
—Te he llamado desde hace más de una hora.
—Lo siento, me olvidé completamente de mi celular, ni siquiera recuerdo cuándo fue la última vez que lo tuve.
—Te acompaño, quiero hablar contigo y pensaba que podíamos almorzar juntos, ¿puedes?
—Me encantaría —sonrió Álvaro—, sabes que para ti siempre estoy disponible.
Subieron al ascensor, la mujer se tomó del brazo de su hijo y este acarició suavemente su mano. Sonrió.
—Hoy te vi en la clínica —le dijo la mujer mirando el rostro de su hijo para ver su reacción.
—No sabía que estabas allí —contestó sin expresión alguna.
—Una paciente dejó sus medicamentos y se intentó suicidar, fui a verla y allí te vi con una chica —sonrió maliciosa.
—¿Y ella está bien ahora?
—¿Mi paciente? Sí, por suerte llegaron sus padres y la vieron, ellos la llevaron a urgencias.
—Pobre chica —murmuró, por alguna extraña razón pensó en Sarah.
—Y la chica con la que andabas, ¿quién es?
—Voy por mi celular —dijo él saliendo del ascensor, soltando a su madre, escapaba. La mujer lo miró sonriente, no se equivocó al ver en la mirada de su hijo el brillo inequívoco del romance. Y ya era tiempo, después de cinco años solo, necesitaba una mujer a su lado y la chica en cuestión se veía muy agradable, aunque con una tristeza infinita en su mirada, cosa que era superable gracias al amor. Ella, como siquiatra, podía dar fe de ello, lo había visto en incontables ocasiones. Y le parecía conocida, tal vez alguna vez fue su paciente. No estaba segura.
Su hijo volvió con el celular en la mano.
—Tengo 10 llamadas perdidas de mi mamá, creo que estaré castigado un buen rato —sonrió culpable.
—Una semana sin televisión —siguió el juego la mujer.
—¿No crees que es mucho?
—No. Poco diría yo, pero estoy de buen humor hoy.
—¿Y se puede saber a qué se debe?
Subieron nuevamente al ascensor. Ella no contestó.
—No me contestaste —repitió él—. ¿A qué se debe tu buen humor?
—Tú tampoco me contestaste quién era esa chica, se ve bastante agradable.
—No es nadie.
—¿Nadie? ¿A “nadie” acompañas a un servicio de urgencias?
—La atropellé, se lastimó y la llevé a que la trataran. ¿Crees que me voy a exponer a un escándalo por atropellar a una muchacha?
—¿Sólo eso?
—¿Y qué más podría ser?
—Yo creo que se veían bastante cercanos, hasta me parecía que discutían.
—Mamá —dijo él con voz suplicante—, no veas cosas donde no las hay. Lo que pasa es que ella no iba muy bien y no me percaté que cruzaría la calle en zigzag, a pesar que estaba frenando para no atropellarla, de todos modos ella dio contra mi auto, se fracturó el tobillo. Nada más.
—¿Y por qué discutían?
Álvaro la miró. A su madre no podía mentirle.
—Ella es una chica que ha sufrido mucho, está enamoradísima de Sebastián Vicuña, pero él está convencido, primero, que ella era amante de su padre, y segundo, que ella lo mató.
—¿Y eso es cierto?
—Ella dice que no.
—¿Eso discutían?
—Él la golpeó, por eso chocó con mi auto, él la había golpeado y acusado…
—Pobre chica, por eso esa tristeza en sus ojos.
—Sigue enamorada, de hecho ahora debe estar con él.
—¿¡Qué?!
—Él la llamó disculpándose y…
—Ella lo aceptó.
Él asintió con la cabeza, estaba frustrado.
—Te gusta, ¿no es cierto?
Álvaro la miró sorprendido, aunque no estaba seguro si por la pregunta o pensando si se le notaba demasiado.
—Apenas la conocí esta mañana.
—¿Y eso qué tiene que ver?
—¡Que no! ¿Cómo me va a gustar?
Entraron a un pequeño, pero lujoso restaurant. Se sentaron y Juliette miró a su hijo.
—Has estado demasiado tiempo solo, mi amor, ya es hora que rehagas tu vida.
—No, mamá, te lo he dicho mil veces, nadie podrá ocupar el lugar de Viviana.
—Pero esa chica te gusta —insistió la mujer.
—¿Por qué dices eso? No es así.
—Se te nota en los ojos, hijo, no lo niegues.
Álvaro miró a su madre a la cara, quería mentirle descaradamente pero no fue capaz.
—Es muy bonita, agradable, aunque hoy estaba a la defensiva, sobre todo cuando acusé a Sebastián del accidente.
—Ella cree que está enamorada.
—Lo está. Desde que era una niña.
—¿Quién es? No me digas que es Sarah Larraín.
—¿La conoces?
—Hace 7 años la conocí, cuando la trasladaron de Francia después de su accidente.
—¿Accidente?
—Estaba en un crucero con sus padres en las costas de Francia y el barco explotó, los padres de ella murieron, contrató gente para encontrarlos en medio del mar.
—¿Por eso la conociste? ¿Para superar la muerte de sus padres?
Ella lo miró con lástima, recordando el momento en que la conoció, no hablaba, no quería ver a nadie, se sentía como un monstruo.
—No, ella quedó con gran parte de su cuerpo quemado, finalmente las cicatrices quedaron en una de sus piernas y parte de su abdomen, pero las peores cicatrices le quedaron en su alma. Su novio, Sebastián, se asqueó de ella, abandonándola. El padre de él se hizo cargo de la joven como un padre. No le perdonaba a su hijo abandonarla en el momento en que más lo necesitaba. Pero ella siempre se supo sola.
Álvaro bajó la cabeza ocultando la expresión de su rostro. Si fuera su novio, amaría esas cicatrices, eran el recuerdo constante que tal vez podría haber muerto en ese accidente, que podría no estar aquí, con él. Ahora entendía por qué Sebastián le dijo que él no necesitaba decir nada, que ella al mirarse al espejo cada mañana, sabía que nadie la podría amar.
—¿Qué pasa, hijo? —la mujer puso su mano sobre la de él, acariciándola.
—Es que… Sebastián… —apoyó los codos en la mesa y se afirmó la cabeza que sentía que le iba a explotar— Él la tiene convencida que… por esas cicatrices nadie la podrá amar, sólo él… y a su manera.