JULIAN
El teléfono vibró sobre la mesa de noche. Apenas eran las ocho y ya sentía el día cuesta arriba. Contesté sin siquiera mirar quién era, y del otro lado escuché la voz seca de mi abogado.
—Julián, tenemos un problema —dijo, sin rodeos.
Me senté en la cama con un dolor de cabeza que todavía arrastraba desde la noche anterior.
—¿Qué pasó ahora? —pregunté, aunque en el fondo lo sabía.
—Monserrat está furiosa. Ya hablé con ella esta mañana. Me advirtió que tus actos