MONSERRAT
No podía creer lo que acababa de escuchar. Mis piernas temblaban, mis manos frías se aferraban al brazo de Elena como si en cualquier momento fuera a desmayarme. La voz de Irina aún resonaba en mi cabeza, como un eco imposible de borrar. Sus palabras, tan claras y tan crueles, habían desgarrado algo dentro de mí.
Las lágrimas me brotaban sin que pudiera detenerlas. No eran lágrimas silenciosas ni tranquilas, eran lágrimas desesperadas, y me nublaban la vista. Sentía que me costaba respirar. ¿Cómo podía odiarme tanto? ¿Por qué había hecho eso?
Justo en ese momento, Claudia apareció en la entrada del restaur