MONSERRAT
No sabía dónde ir. Solo quería estar lejos de todo, lejos de Julián, lejos de las emociones que me había despertado con un simple roce de labios. Mi impulso me trajo aquí, al puerto, como si la distancia física pudiera mantenerme a salvo de lo que siento. El sonido de las grúas descargando contenedores, el olor a sal y hierro oxidado, el bullicio de los estibadores… todo eso me distrae, me da un respiro.
—Señora Belmont —me saluda uno de los encargados con sorpresa en el rostro—. Qué raro tenerla por aquí.
Sonrío apenas, sabiendo lo insólito que resulta mi presencia en este lugar.