CARLOS
El viaje a los Emiratos Árabes era crucial para mí. Desde que asumí como presidente interino de Belmont Motors, había logrado sostener la empresa en la superficie, aunque los cimientos comenzaban a tambalear. Monserrat había vuelto a las reuniones directivas y su presencia removía todo. La junta me respetaba, sí, pero también me observaba con lupa. Sabía que muchos de ellos me consideraban un intruso, alguien que aprovechó un momento de debilidad para escalar hasta lo más alto.
Por eso necesitaba este viaje. Y necesitaba que Monserrat me acompañara.
Invitarla tenía tres propósitos muy claros. El primero: los empresarios á