Al principio, Jenifer se resistía con todas sus fuerzas.
Sin embargo, cuando alcanzó a ver con el rabillo del ojo a Felipe y a Isabel en la puerta, sus ojos se llenaron de lágrimas al instante.
—No era eso lo que quería decir. De verdad no lo sabía. Lucía, suéltame primero.
Luego gimió, con la voz temblorosa:
—Ah, me duele mucho la herida.
Esa frase bastó para que la rabia de Isabel se desbordara por completo.
—Lucía, ¡suéltala ahora mismo!
Diciendo eso, entró al cuarto del hospital como una desquiciada.
Desde el mismo instante en que Jenifer empezó a actuar, Lucía supo que Felipe e Isabel ya habían llegado.
En ese momento, una leve sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios al encontrarse con la mirada triunfante de Jenifer.
La mano que le sujetaba el cabello hizo fuerza de repente.
Con un golpe seco, la cabeza de Jenifer se estrelló contra la baranda de la cama.
—¡Ah!
El grito fue desgarrador.
Isabel también gritó, aterrada, y corrió a proteger a Jenifer, envolviéndola con los br