Capítulo 3
Tamara quería llevarse a Lucía a su casa.

Pero Lucía insistió en volver al Residencial Elite en el Distrito Estelar, el departamento que había comprado por su cuenta hacía unos meses.

Eso dejaba claro que, desde hacía tiempo, ya se estaba preparando para dejar a Felipe.

—Tienes que venir sí o sí. Ahora necesitas que alguien te cuide. ¿Cuándo compraste este departamento? —dijo Tamara mientras sacaba una manta y la cubría.

Después fue a la cocina para hacerle una sopa.

Lucía acomodó la manta sobre su cuerpo.

—El segundo mes después de que murió Carlos.

¿En dos meses? Eso había sido muy temprano.

—¿Desde entonces ya pensabas divorciarte de Felipe? —preguntó Tamara.

Lucía respondió con un leve gesto afirmativo. Estaba agotada y se recostó directamente en el sofá.

El mes en que murió Carlos, Felipe casi no volvió a casa, ya que pasaba los días en la casa principal de los Torres.

Incluso cuando regresaba, bastaba una llamada de Jenifer para que se fuera de inmediato.

¿Quién podría aguantar una relación así de retorcida?

El celular vibró.

Era la línea fija de la villa.

Lucía colgó sin pensarlo y bloqueó el número.

A los pocos segundos, sonó el celular de Tamara. Era Felipe.

Ella atendió con tono irónico.

—¿Tu cuñada ya no te necesita?

—Pásame a Lucía —dijo Felipe con voz baja.

Acababa de llegar al hospital cuando Doña Jara lo llamó para decirle que Lucía se había ido.

Volvió corriendo a la villa y, apenas llegó a la entrada, vio las piedras decorativas completamente ennegrecidas por el fuego.

Doña Jara le dijo que había sido Lucía.

El clóset estaba vacío.

Las cosas que ella le había comprado también habían desaparecido.

Las había quemado todas.

¿Qué estaba intentando hacer?

¿Todavía no se le pasaba el berrinche?

Tamara soltó una risa cargada de sarcasmo.

—Tu cuñada acaba de dar a luz y está muy débil. Deberías preocuparte más por ella. ¿Para qué buscas a Lucía? ¿Qué es Lucía para ti?

—¡Tamara! —la voz de Felipe ya no contenía la ira.

Tamara miró de reojo a Lucía.

Ella estaba concentrada en su celular, con el rostro sombrío, sin prestar atención a la llamada.

Tamara tomó el celular y entró a la cocina.

Cerró la puerta.

—Felipe, ¿tú estás mal de la cabeza?

—¿Jenifer te ve como si fueras Carlos o quiere que tú, con esa cara idéntica, te hagas cargo de su vida? ¿De verdad no te das cuenta?

—No sabes evitar sospechas y todavía te acercas más. ¿Sabes cómo está hablando todo Puerto Real de ustedes o te hiciste el sordo y el ciego?

Estaba tan furiosa que le dolía el pecho.

Jenifer no tenía vergüenza, la familia Torres la respaldaba y Felipe encima cooperaba.

Felipe apretó los dientes:

—¡Dije que me pasaras a Lucía!

Había perdido toda la paciencia. No quería seguir discutiendo con Tamara.

—Acaba de perder un bebé y no puede alterarse. Con esa actitud, ¡mejor no hables con ella! —respondió.

—Si no sabes ser un buen esposo, deja de arruinarle la vida. Tu cuñada te necesita, quédate con ella para siempre.

Si Felipe no la cuidaba, ella sí lo haría.

Pensó en lo que Lucía le había dicho.

Hoy también había sido Jenifer quien la empujó.

Tamara no le dio más oportunidad de hablar y colgó.

Cuando volvió a la sala, vio que Lucía apretaba el celular con mucha fuerza.

—¿Qué estás viendo? Si te molesta, no lo mires —dijo Tamara, intentando quitarle el celular.

Lucía esquivó su mano.

—¿Conoces Bahía Dorada?

—Claro. Hace tres años participaste en el proyecto turístico de ahí. Al final rechazaron tu propuesta.

Bahía Dorada.

Era un lugar que Lucía amaba.

Sobre todo en octubre, cuando los árboles se teñían de rojo y dorado.

Habían ido juntas.

Después, cuando el lugar se preparó para desarrollarse como destino turístico, Lucía participó en la licitación del diseño.

Pasó tres meses sin dormir bien y fue más de cinco veces al lugar para hacer trabajo de campo.

Pero su proyecto no fue elegido.

—¿Por qué preguntas eso? —Tamara no entendía.

Lucía le pasó el celular.

Era un reportaje sobre el éxito turístico de Bahía Dorada.

Los influencers habían ido a tomarse fotos y los comentarios eran muy positivos.

Tamara se quedó mirando la pantalla.

—Esto...

Se detuvo de golpe y frunció el ceño.

—¿No es este tu diseño?

Cada punto, cada recorrido, cada detalle había sido pensado desde la perspectiva del visitante.

Tamara los conocía todos.

Su expresión se ensombreció.

Empezó a buscar más información y entró en la ficha del proyecto.

Cuando vio el nombre del diseñador, casi estrelló el celular contra el suelo.

Ahí ponía, Jenifer González.

Le devolvió el celular a Lucía.

Lucía soltó una risa helada cuando vio ese nombre.

—Así que por eso me eliminaron.

Tamara apretó los labios y con los ojos llenos de rabia, dijo:

—Al principio pensaba empezar por su madre —dijo Lucía—. Ahora mejor empiezo por ella.

El corazón de Tamara dio un salto.

—Cariño, ¿qué estás diciendo?

"¿Empezar por ellas? ¿Qué piensa hacerle a Rosa y a Jenifer?", pensó Tamara.

Aunque estaba furiosa, al ver la pérdida de control en los ojos de Lucía, se obligó a mantenerse serena.

—Escúchame, no olvides que en la familia Torres siempre han protegido a Jenifer, incluso a Felipe. Además, su madre es una mujer poderosa. No puedes enfrentarte a alguien así. No hagas ninguna locura, ¿sí?

Lucía curvó los labios en una sonrisa llena de burla.

—¿De verdad no puedo tocarla?

Nunca había olvidado lo arrogante e intocable que era Rosa.

Pero ¿y si perdía aquello que le permitía serlo?

Al pensar en cómo Jenifer y Isabel se habían aliado durante años para humillarla, la última pizca de calma en los ojos de Lucía se transformó por completo en odio y rencor.

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