Lucía alzó la vista al cielo e inhaló el olor a humo de leña que salía de la chimenea.
El lugar era soñoliento, como el castillo de la Bella Durmiente. Lucía se volvió hacia Javier. «A veces pienso en empezar una granja y tener una propia. No sé si sería capaz de hacer algo así. Sé que no es un trabajo fácil, pero parece tan tranquilo».
Se cubrió los ojos con una mano mientras miraba a su alrededor. «Suena genial, pero no sé si me atrevería a hacerlo ahora. Quizá en el futuro. Quizá si alguno de mis hijos se interesa por la agricultura».
La forma en que pronunció la palabra «hijos» le dolió en el alma. «¿Cuántos quieres? Me refiero a hijos».
Se encogió de hombros. «Supongo que dependerá de mi esposa. Pero al menos tres. Quizá cuatro».
¿Cuatro? Lucía sintió que se desmayaba.
Al ver su silencio, él continuó. “Tengo los medios para mantener una familia numerosa. Y quiero una casa animada, no como donde crecí. Cuando cumplí once años, mamá dejó de mandarme con una niñera después de la esc