Con total impunidad, imitó su ataque relámpago, apedreándolo sin piedad. Esta vez jugó sucio, apuntando a su masculinidad. La nieve estaba demasiado húmeda y ella demasiado lejos para hacerle daño de verdad, pero ver a Javier saltar, maldecir y tratar de no caerse la hizo reír hasta que las lágrimas le corrían por las mejillas.
Por desgracia, ella también acabó quedándose sin fuerzas y sin bolas de nieve.
Agachándose de nuevo, con el corazón latiéndole a mil por hora, esperó la respuesta. No pasó nada. Seguro que ya había conseguido acumular más munición. Reinaba un silencio sepulcral, roto solo por el lejano y estridente graznido de un cuervo.
¿Qué estaba pasando? ¿Por qué no contraatacaba? Con cautela, miró a su alrededor, esperando que en cualquier momento le golpeara la cara con nieve helada y húmeda.
El muro estaba abandonado. No había ni rastro de Javier por ninguna parte, aunque huellas desordenadas se extendían en todas direcciones. Seguro que no habría vuelto a entrar en la c