Mia
El vestido no era mío. Ni siquiera lo había elegido yo.
Lo encontré colgado en una percha dentro del departamento que la empresa tenía asignado para ocasiones especiales. Negro, de tela fluida, con una abertura en la pierna y un escote sutil pero preciso. Elegante. Atemporal. Caro.
Como todo lo que venía de él.
—"Vístete para impresionar"—. Sus palabras aún zumbaban en mi mente como un enjambre venenoso.
Lo hice. No por él. Sino porque yo también sabía jugar el juego.
Cuando el chofer me dejó frente al restaurante, lo