Alexander
El evento se desarrolla con la frialdad calculada que caracteriza a todas mis reuniones. La gente aquí no sonríe sin motivo, no hay cordialidad sin ganancia detrás. Es un juego, un gran juego en el que todos están buscando el siguiente movimiento que les dé poder, influencia o dinero. Y a mí me gusta controlar las jugadas.
De reojo, la veo entrar. Mia, con su vestido negro, que le sienta como si hubiera sido hecho para ella. No porque lo esté mirando con algún tipo de deseo (eso no es algo que me permita), sino porque su presencia tiene algo que automáticamente me obliga a estar más atento. Es como una chispa en un lugar repleto de sombras.
No es la primera vez que la veo en una gala como esta
MiaLa noche transcurre entre sonrisas forzadas, manos firmes y miradas cargadas de significados no dichos. Las conversaciones se convierten en ecos distantes mientras la habitación se va llenando de una quietud incómoda. Yo, por supuesto, soy una excelente actriz. Lo he sido toda mi vida. Pero esa mirada de Alexander, esa forma en que su presencia lo invadía todo, hacía que me costara mantener las apariencias. Mi pulso acelerado, la sensación constante de que me estaba observando, sentía como si estuviera expuesta, sin protección.Me siento al borde de una línea invisible, casi a punto de cruzarla. Pero algo me detiene. No sé si es la amenaza implícita en sus palabras o el deseo de mantenerme firme en mi postura, en mi control. Pero sé que algo ha
Mía—¿Estás segura de querer firmar esto, Mia? —La voz de Alexander Pierce era como una daga envuelta en seda—. Porque una vez que lo hagas, tu libertad deja de pertenecerte.No pestañeé. No podía darme el lujo de titubear.—Estoy segura.Mintiendo como una experta.Dicen que los abogados vendemos nuestra alma en cada contrato.Mentira. Yo la vendí antes de firmar.Pierce Holdings no era una empresa. Era un coliseo. Un lugar donde el mármol pulido y los ventanales infinitos no ocultaban la naturaleza del juego: devorar o ser devorado.Y Alexander Pierce… era el león que gobernaba el espectáculo.No llegué aquí por una entrevista tradicional. No hubo filtros de recursos humanos, ni pruebas psicotécnicas, ni promesas vacías en correos electrónicos. Solo una llamada anónima a las once de la noche y una cita al día siguiente. Piso cincuenta. Oficina privada. Reunión directa con el CEO.Sabía lo que eso significaba.Y aun así, vine.—Mia Donovan —anuncié al llegar, entregando mi currículum
AlexanderNunca he creído en las coincidencias.Todo en mi vida ocurre por estrategia, cálculo… o error ajeno. Y Mia Donovan, con su vestido negro ajustado y su mirada imperturbable, no parecía el tipo de mujer que aparecía en mi oficina por accidente.La observé desde la pared de vidrio esmerilado que daba a la sala de juntas. Ni siquiera sabía que ya la estaban presentando al equipo. Estaba puntual, como esperaba, pero sin ese aire de servilismo que suelen adoptar los nuevos cuando pisan Pierce Holdings por primera vez.Tenía la espalda recta. El mentón alto. La mirada afilada.Esa mujer no buscaba integrarse.Buscaba dominar.—¿Seguro que es buena idea tenerla tan cerca? —preguntó Ethan, mi jefe de seguridad, sin apartar la vista del informe que sostenía—. Esta abogada tiene demasiadas credenciales… y demasiadas razones para tenernos en la mira.—Precisamente por eso la quiero cerca —respondí sin apartar la mirada de la sala—. Así sé exactamente cuándo apuñalará.Ethan bufó, pero n
MiaLo supe apenas vi el correo."Organizar evento privado de bienvenida para los socios de Blackstone Inc. – esta misma semana. Ubicación a definir. Catering exclusivo, lista de invitados VIP, presentación de resultados del trimestre, sin exceder los 300 mil dólares. Código de vestimenta: elegante, pero no ostentoso. Plazo: 72 horas. Preguntas, dirigirlas a: nadie."¿Una broma?No.Era Alexander Pierce.Y su retorcida forma de decir “bienvenida al infierno”.Apreté la mandíbula mientras cerraba el portátil. No me contrataron como organizadora de eventos. Soy abogada. Magna cum laude, Harvard Law. Podría estar liderando una fusión millonaria en este momento. Pero no. Aquí estoy, buscando floristas de último minuto que no huelan a desesperación.—¿Estás bien? —preguntó Olivia, una analista que había sido asignada como mi “apoyo”.Le lancé una sonrisa tan falsa como el presupuesto de ese evento.—Perfecta. Solo necesito encontrar una locación que esté libre, tenga vista al skyline, teng
AlexanderEl poder no es un privilegio. Es una defensa.Eso me lo enseñaron a la fuerza.Por eso leo los informes con obsesiva puntualidad. Por eso mando a verificar cada dato, cada nombre. No confío en nadie que no haya intentado traicionarme al menos una vez. Y esta semana, en particular, no puedo dar espacio a errores. Blackstone Inc. está a punto de cerrar uno de los acuerdos más grandes del año. No necesito distracciones.Excepto que ella ya lo es.Mia Donovan.Su nombre no debería estar en mi cabeza a estas alturas. Una simple abogada más. Competente, sí. Insolente, también. Pero reemplazable.Sin embargo…Desde el momento en que me enfrentó en el evento, frente a mis propios socios, se metió bajo mi piel como una astilla. Invisible. Dolorosa.Y por eso estoy leyendo su informe personal por tercera vez. No porque me importe, por supuesto. Sino porque cada debilidad debe conocerse antes de que se convierta en un problema.Una línea resalta entre las demás.“Donovan, Liam. 22 años
MiaCuando recibí el mensaje con la invitación al evento, pensé que se había equivocado.“Gala anual del Grupo Mercier. Asistirás conmigo. Vestido de etiqueta. 20:30. Puntualidad no negociable.”No decía “por favor”. Ni un “confírmame”. Solo una orden, sellada con la frialdad que se le da a un cambio de estrategia en medio de una guerra. Porque eso era esto: una guerra.Y esta noche, era otro campo de batalla.El vestido negro que elegí no fue por vanidad, sino por cálculo. Seda mate, escote sutil, espalda descubierta hasta la línea de la columna. El tipo de prenda que dice sé exactamente lo que valgo, sin suplicar por atención.Y cuando llegué al vestíbulo del hotel, supe que no me equivoqué.Él me estaba esperando junto al auto oficial. Traje negro, corbata perfectamente alineada, el reloj más discreto y caro del planeta asomando bajo el puño de su camisa. Pero lo que me impactó no fue eso.Fue cómo me miró.Como si no esperara eso. Como si, por un instante, yo hubiera ganado la jug
MiaEl silencio del departamento me golpeó con la fuerza de una bofetada. Nada más cruzar la puerta, me quité los tacones y solté el bolso en el sofá como si ese simple gesto pudiera sacudir también el peso que llevaba encima. Pero no. Aún lo sentía.Su tacto.Su mirada.Su maldita voz retumbando en mi cabeza."Entonces no me provoques."¿Qué demonios había sido eso?Fui directo al baño, encendí la luz con violencia y me miré al espejo. El maquillaje seguía impecable, como si nada hubiera pasado. Pero yo sí había cambiado. Había algo en mi mirada. Un brillo que no quería ver. Un temblor que no me pertenecía.—Estúpida —murmuré, frotando mis mejillas para borrar cualquier rastro de él—. No eres una de esas mujeres que se derriten porque un hombre con poder las mira como si fueran su próximo trofeo.Excepto que no había sido una mirada de trofeo.Había sido algo más oscuro. Más personal. Algo que me atrapó por dentro y me sacudió el alma como si conociera mis grietas. Y lo peor era que,
AlexanderElla salió de la sala con el mismo paso firme con el que había entrado, pero yo vi el temblor en su mandíbula. Lo noté. El modo en que apretaba los labios para no decir lo que en verdad pensaba. Para no darme el gusto de una reacción.Mia no era como las demás.Y eso empezaba a convertirse en un problema.—Señor Mercier —dijo Claire, mi asistente, asomándose con su tablet en mano—. Tiene la cena con los inversores suizos esta noche. ¿Desea llevar acompañante?—Sí. Mia Thomas.Claire parpadeó, desconce