Mia
La puerta de mi oficina se cerró con un sonido suave, casi imperceptible. Pero, para mí, fue un golpe sordo que resonó en todo mi cuerpo. No había forma de negar que Alexander había logrado tocar un punto sensible en mí. Y eso me enfurecía. Porque, a pesar de todo, algo en su mirada, algo en la forma en que controlaba todo, me hacía cuestionar mis propios límites.
Mi mente no paraba de dar vueltas al enfrentamiento de hace unas horas. Su presencia, esa forma en que dominaba la habitación con su silencio calculado, me mantenía alerta. Nunca había conocido a alguien como él. Y lo peor de todo es que, sin quererlo, me sentía atraída por esa confianza insana que desprendía.