Me miro en el espejo empañado del tocador, tratando de reconocer a la mujer que me devuelve la mirada. Mis labios están hinchados, mi piel tiene ese rubor delatador y mi cabello es un desastre de hebras sueltas. Una vez más, he caído. Una vez más, Lucien ha ganado. Pero esta vez, el sabor de la derrota es diferente. No voy a buscar excusas, no voy a culpar al alcohol ni a las circunstancias. Me miento si digo que fue contra mi voluntad. Fue mi debilidad, mi curiosidad y este hambre irracional que su cuerpo despierta en el mío lo que me trajo aquí.
Me ajusto la camisa del uniforme, sintiendo la tela áspera contra mis pechos todavía sensibles, y me calzo los zapatos. Necesito recuperar una pizca de dignidad "profesional", aunque sea una fachada ridícula después de lo que acabamos de hacer sobre la cómoda.
Camino hacia el baño principal. El vapor es denso y huele a jabón neutro. Me detengo en el umbral de la puerta. Lucien yace en la enorme bañera, con los brazos extendidos sobre los bor