Mientras Isabella y compañía continuaban arriba en la habitación con Giuseppe, afuera los rayos de sol se filtraban a través de las ventanas, dibujando franjas sobre el piso pulido. El aire olía a desinfectante y café recién hecho, mezclado con el aroma metálico de la adrenalina que aún flotaba tras la noche de caos.
Fuera un auto negro se detuvo frente a la entrada principal. Nicolás Strauss descendió, impecable, serio, pero con un brillo cálido en los ojos. Había visto los noticieros: un ataque directo a Giuseppe Moretti, un hombre que dominaba el mundo del poder y el respeto, y la preocupación lo impulsaba.
Isabella apareció en el hall, elegante y firme, como siempre. La vio cruzar el pasillo hacia él y, sin mediar palabra, lo abrazó. El contacto fue breve, intenso, cargado de gratitud.
—Gracias por venir —susurró Isabella
— Cualquier cosa que necesites… solo pídelo. Y lo pondré a tus pies. — respondió Nicolás mientras sonreía suavemente, acariciando la mejilla de Isabella, el gest