Después de la conversación, el grupo se dispersó. Nick y los chicos se fueron a las habitaciones para darse una ducha y cambiarse de ropa para regresar a la mansión, mientras Giorgio esperaba en la sala. El agua fría de la ducha cayó sobre Nick como un intento de lavar la fatiga. En las habitaciones contiguas, Carter y Arthur se alistaban con la eficiencia militar que nunca los abandonaba. El plan estaba en marcha, pero la parte más difícil era regresar a la mansión y mantener la fachada.
Nick salió de la ducha con el agua aún goteando en sus sienes. Había elegido el agua helada, como si pudiera arrancarse de la piel la tensión y la doble vida que lo quemaban por dentro. Se miró en el espejo empañado: los ojos enrojecidos, la mandíbula tensa, el cuerpo que parecía listo para la batalla, aunque en realidad se sostenía a duras penas. Respiró hondo y ensayó una sonrisa. Esa máscara era la que Isabella debía ver, no la grieta que lo estaba partiendo.
—Giorgio nos espera en diez minutos —a