Las horas avanzaban con prisa, la familia estaba lista para salir, el despliegue de seguridad la limosina y los hermosos trajes era como el despliegue de una escena de Hollywood, los autos estaban en marcha saliendo de la enorme mansión. Horas más tarde, el momento había llegado. Al bajar de la limusina negra, el Hotel Plaza se alzaba imponente.
La sala relucía de elegancia. Brillaban los candelabros, las copas, los trajes. Isabella caminaba como una reina sin corona. A su lado: Alessa, radiante. Charly, detrás, como un centinela fiel.
Y al otro lado del salón… Nick.
Junto a él: James (Carter), su “hermano mayor”, heredero de un imperio petrolero. Arthur, John y Roger, todos elegantes, como escoltas de lujo.
Ivan Lancaster, el anfitrión del evento, hablaba placenteramente con Carter. En ese momento vio a los Moretti y llamó la atención de Giuseppe.
—Señor Moretti, nos complace tenerlos esta noche en la recaudación de donativos. Permítame presentarle a James Fitzgerald, hijo mayor de Steve Fitzgerald, y a su hermano.
James saludó al Don con cortesía.
—Un placer conocerle, señor Moretti. Este es mi hermano Nick. Estudia arquitectura en Columbia.
— ¿Qué coincidencia? Isabella, mi hija mayor, también estudia allí —comentó Giuseppe.
Mientras los adultos hablaban, Nick la buscaba con la mirada. Poco después la encontró. Ella también lo miraba.
— ¿Ese es el chico? —preguntó Alessa en voz baja.
—Sí, no imaginé verlo aquí.
— ¡Está buenísimo!
—Disimula, por Dios…
Alessa sonrió. Luego susurró:
—Vamos, deja que tu hermana disfrute el momento.
—Eso hago, pequeña. Ahora diré, como dice nuestra madre: “crea conexiones”.
Una sonrisa traviesa se dibujó en los labios de Alessa y respondió:
—Sí, mi madre cree que somos empresa de telecomunicaciones.
Ambas sonrieron y Alessa se alejó. Tomó a Charly por el brazo y lo guió al centro del salón para bailar, mientras Isabella los observaba y sonreía. Luego comenzó a caminar.
Isabella se movía entre el gentío con la elegancia de quien sabe que es observada, pero no está disponible. El vestido color vino resaltaba su piel, su figura y esa frialdad encantadora que mantenía a todos fascinados. Nick, desde una esquina del salón, no dejaba de seguirla con la mirada.
— ¿Quieres que te presente a alguien? —preguntó James, sirviendo dos copas.
—No. —Nick bebió sin soltarla de vista—. Estoy entretenido.
—Eso parece. —James sonrió—. Solo recuerda que es la hija del Don de Italia y parte de esta ciudad, no una modelo de pasarela.
—Gracias por recordarme que el peligro siempre viene bien vestido.
Del otro lado, Isabella conversaba con una pareja mayor. Sonreía por compromiso. Cuando se giró hacia la mesa del vino, su mirada se cruzó con la de Nick. No apartó los ojos. Él tampoco.
—El chico Fitzgerald parece muy interesado en ti —susurró Alessa, que estaba de regreso a su lado.
— ¿Solo parece? —respondió Isabella con sarcasmo.
—Y tú estás jugando a que no te importa. Qué peligroso ese juego…
De pronto, Isabella vio cómo una chica rubia, de vestido rojo, con curvas estratégicamente acentuadas y sonrisa afilada como navaja, se acercó a él.
—Hola, Fitzgerald —ronroneó—. ¿Bailas?
Nick la miró con cortesía y fastidio. Sonrió con esa perfección letal que podía encantar a cualquiera… menos a Isabella.
— ¿Conmigo o con la idea de ser vista conmigo? ¿Qué haces aquí, Sasha? —preguntó él, con tono de exasperación y cansancio.
—Ambas. Pero prefiero la parte donde me sostienes de la cintura y dejas la frialdad a un lado —respondió ella, guiñándole un ojo.
Nick aceptó. Por protocolo. Por encubrimiento. Pero mientras bailaban, mientras ella se acercaba, mientras su perfume barato le acariciaba el cuello y le susurraba:
—Podríamos escapar antes del postre… tengo una habitación arriba.
Nick apenas la escuchaba. Porque su mirada no se despegaba de Isabella. Isabella que hablaba con su hermana. Isabella que disimulaba con elegancia que lo estaba observando. Isabella que era como un eclipse: no podías mirarla directamente sin que te dejara marcado.
La rubia se dio cuenta. Hizo un puchero de falsa molestia.
— ¿Quieres bailar con ella?
—No —respondió Nick, sin apartar la mirada—. Quiero que me dé una razón para dejar de mirarla.
La canción terminó.
—No olvides que solo es trabajo y que tu padre odia los errores. —Se fue con el ego herido y un movimiento brusco de cadera.
Nick respiró hondo. James, desde la barra, lo aplaudió en silencio.
—Qué torpe, hermano —dijo entre dientes—. Estás cavando tu tumba con una cuchara de plata.
Más tarde, en medio del vaivén de copas y música, Isabella se detuvo cerca de una de las columnas de mármol, con una copa en la mano. El vestido largo le ceñía la cintura como si fuera parte de su piel. Alessa, cansada, se había ido a sentar. Los ojos de Isabella recorrían el salón como un radar programado para detectar amenazas… o tentaciones.
Y entonces… él volvió.
Nick se le acercó con paso firme, sin apuro, como si el mundo no pesara sobre sus hombros.
— ¿Huyendo del protocolo o esperando a tu príncipe azul?
—Ni huyo, ni espero —respondió ella, sin mirarlo—. Solo observo. El zoológico es más fascinante cuando las jaulas están abiertas.
Nick rió suavemente.
— ¿Y qué clase de animal sería yo en este zoológico?
—Probablemente un lobo disfrazado de oveja. De los que huelen peligro… y aun así se acercan.
— ¿Y tú?
—Yo soy el bisturí —respondió, girándose hacia él—. Fría. Precisa. Y si me provocas… letal.
Nick sonrió.
— ¿Bailas, bisturí?
Isabella entrecerró los ojos.
— ¿Esto es una táctica para acercarte más?
—No. Es una tregua de tres minutos con música.
Ella dudó un instante. Pero luego dejó la copa en la bandeja de un mesonero y se adelantó.
—Qué bien le queda el vestido, princesa de hielo.
Ella lo miró sin sorpresa y preguntó:
— ¿Esto es una provocación o un acto de valentía?
—Tal vez ambas.
La orquesta iniciaba un tema suave, elegante.
—Tres minutos —dijo Isabella—. Y ni un segundo más.
—Acepto las condiciones.
Él le ofreció la mano. Ella la tomó.
Bailaron.
Los cuerpos se acercaron lo justo. La mano de Nick en su cintura era firme, pero respetuosa. Isabella dejaba que la condujera, como quien juega a perder el control sin perderlo nunca.
— ¿Siempre bailas con tus amenazas? —murmuró Nick.
—Solo con las que no puedo ignorar —respondió ella.
— ¿Siempre tienes respuestas tan afiladas?
— ¿Siempre eres tan bueno escondiendo tus preguntas reales?
Nick bajó la mirada un instante, con una sonrisa ladina jugando en sus labios. Luego volvió a sus ojos.
— ¿Y si no quiero conquistarte? ¿Y si solo quiero conocerte?
—Entonces ya comenzaste mal —susurró Isabella—. Porque nadie me conoce sin salir herido.
Nick sonrió, y el silencio llenó el momento por unos segundos. Luego fue Isabella quien habló.
—Tienes buena postura —murmuró ella.
—Y tú, buenos reflejos… aunque no esquives naranjas.
—Recuerdo ese balón. Fuiste tú, ¿no?
Nick sonrió.
—Meses atrás. No esperaba volver a verte… ni que recordaras.
—No lo hago porque quiera.
— ¿Entonces por qué?
—Tal vez para verificar si eres tan insoportable como pareces.
— ¿Y?
—Me reservo el diagnóstico.
Rieron, mientras la canción terminaba.
—Cuando seas médico forense, ¿vas a diseccionar también corazones?
—Solo los que mientan.
Nick asintió y soltó su mano con suavidad, justo cuando el último acorde moría.
—Gracias por el baile, princesa de hielo.
—Y tú gracias… por ser tan buen bailarín.
Se alejó, dejándolo ahí, con una sonrisa y un nudo en el estómago.
Alessa apareció a su lado, emocionada.
— ¡Eso fue como una película! ¡Vi todo! ¡Estuvo perfecto!
—Alessa… —gruñó Isabella—. Baja la voz.
—Estoy aburrida, Isa. Ya quiero irme.
—Si le dices a mamá que quieres irte, te va a matar. Y ahora más, que está bailando con el alcalde.
Miraron a Charly. Él les lanzó una mirada.
—No… Ni lo piensen. Esta vez no las cubriré.
—Porfiiisss… —suplicaron las dos.
Charly suspiró.
—Salgan por la cocina. Llévense a Giorgio y Sebastián. Yo inventaré algo para el Don.
Las chicas lo abrazaron y escaparon.
Nick se acercó a Charly minutos después.
— ¿Tu padre sabe que tus hermanitas traviesas escaparon?
—No es mi padre. Es mi padrino. Y basta con que yo lo sepa.
—Genial —dijo Nick con una sonrisa—. Me alegra saber que eres familia. Así puedo intentar conquistar a la princesa de hielo.
Charly giró el rostro lentamente.
—Aléjate de ella. No es para juegos. Si alguien la vuelve a lastimar… juro que haré que esta vez lo paguen.
—Gracias por la advertencia, Charly Moretti.
—Te repito… no es mi apellido.
—Claro. Como digas.
En ese momento, Giuseppe apareció.
— ¿Dónde están mis hijas? —rugió Giuseppe con tono de advertencia.
Charly ni se inmutó.
—Ayudando a una monja a rescatar gatitos del sótano. Giorgio y Sebastián las acompañan. Tal vez luego la lleven al convento.
Nick se ahogó con su trago. Giuseppe frunció el ceño, cerró los ojos, apretó la mandíbula y exhaló.
—Charly… esas niñas me van a matar. ¡Encuéntralas! Y diles que cuando llegue… las quiero en casa.
—Sí, señor —respondió Charly, serio, sin perder el temple.
Giuseppe se marchó murmurando algo sobre infartos y caos.
Apenas cruzó el salón, Nick apareció al lado de Charly con la copa medio vacía y una sonrisa sardónica.
— ¿En serio? ¿Gatitos y una monja? ¿Eso es lo mejor que tienes?
Charly le lanzó una mirada sin emoción, como si lo midiera por dentro y no le gustara lo que encontraba.
—No tengo tiempo para perderlo contigo.
—Entonces apúrate, San Charly, salvador de huérfanas ficticias —bromeó Nick, siguiéndole el paso.
—Te juro que si me haces perder un segundo más, vas a acabar tú también en el convento. Con sotana.
— ¿Sabes qué? Me gusta tu estilo. Tienes futuro como jefe de seguridad. De una reina caprichosa, claro.
Charly se detuvo en seco, lo miró con una mezcla de fastidio y amenaza suave.
—Escúchame, Fitzgerald… o como te llames. No sé qué estás buscando, pero si se te ocurre lastimarla, ni toda la jodida seguridad de este país… ni el infierno te va a salvar de mí.
Nick levantó las manos en gesto de paz.
—Tranquilo. Yo tampoco sé qué estoy buscando. Pero te juro que no es una guerra contigo.
—Mejor así. Porque si lo fuera… la perderías.
Charly se alejó, con paso firme y bufanda al viento. Nick lo observó irse, meneó la cabeza y murmuró:
—Definitivamente me gusta esta familia.
Añadió Nick, quedándose en el Plaza, donde nada más importaba.
Afuera, era medianoche cuando Charly llegó al Central Park. Allí estaban las chicas, vestidas de diseñador, con los tacones en la mano y las mejillas rojas por el frío. Isabella y Alessa estaban sentadas en un banco, compartiendo papas fritas y una hamburguesa.
—Este es el verdadero lujo —dijo Alessa—. Poder respirar.
—Sí… y no tener que fingir que nos importan esos idiotas del evento.
— ¿Crees que mamá sepa que nos fuimos?
—Está bailando con el alcalde. Si no la interrumpe una bomba, ni siquiera notará que faltamos.
En eso, Charly se acercó, con abrigo largo y manos en los bolsillos.
— ¿Papas? —preguntó.
—Compramos cuatro porciones extra —dijo Alessa, ofreciéndole una.
— ¿Qué inventaste esta vez? —preguntó Isabella.
—Monjas. Gatitos. Y una iglesia abandonada.
Los tres rieron.
Se sentaron juntos, disfrutaron de la comida chatarra, rieron y hablaron de todo lo que se les ocurría.
Y por un momento… Isabella olvidó que estaba destinada a llevar una corona.
Media hora más tarde, los autos se ponían en marcha para regresar al mundo real, donde el apellido, el desprecio, las responsabilidades y el poder valían más.