La mansión de la Riva se había vuelto más silenciosa que nunca.
Las llamadas se reducían. Los inversionistas dudaban. Los medios filtraban más de lo debido. Y, sobre todo, el nombre de Aelin Valtierra resonaba como un eco insoportable en cada rincón.
Amanda y Esteban fueron citados esa tarde por Isabella, supuestamente para hablar de «daños colaterales». La invitación era cordial… la intención, todo lo contrario.
Salón privado
Las cortinas estaban cerradas. Una botella de coñac descansaba entre copas apenas tocadas. Isabella estaba sentada con las piernas cruzadas, perfectamente maquillada, aunque el leve temblor de sus dedos la traicionaba.
Amanda y Esteban entraron con pasos tensos.
—Gracias por venir —dijo Isabella sin levantarse—. Espero que comprendan lo delicado de la situación.
—¿Delicado? —respondió Esteban con sarcasmo—. Nuestra hija se quitó la máscara y dejó a medio país temblando. ¿Y ahora quieres discutir formalidades?
Amanda se mantuvo en silencio, observando a