Las pantallas del salón de operaciones proyectaban mapas interactivos, rutas de comunicación cifrada y transferencias sospechosas. El aire se podía cortar con un cuchillo: Aelin, Sasha y Darian llevaban horas en silencio, armando las piezas de un rompecabezas que, por fin, comenzaba a mostrar el rostro de la serpiente.
—Filtra por frecuencia de contacto —ordenó Aelin.
Sasha ejecutó el comando. Los nodos digitales comenzaron a iluminarse. Tres resaltaban con intensidad: Thelma Sandhurst, ejecutiva de finanzas; Esteban Roth, diplomático retirado; y Lucien Vaelor, ex general con conexiones en Europa del Este.
Darian cruzó los brazos.
—Con estos tres nombres juntos… esto ya no es solo una operación de difamación.
—No —respondió Aelin, sin apartar la mirada—. Es una red. Y está viva.
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Horas antes, en un sótano seguro de la Fundación Vólkova…
Sasha había interceptado una señal que se repetía cada seis horas, con coordenadas de localización variables y fragmentos cifra