Las paredes de la mansión De la Riva, residencia de Isabella, parecían encogerse con el peso del escándalo.
Desde que estalló el artículo falso y las pruebas de manipulación mediática salieron a la luz, las llamadas cesaron. Los socios evitaban hablar con ella. Su círculo social fingía no conocerla. Los mismos que antes la alababan como símbolo de elegancia, ahora la dejaban en visto.
Y Leonard… ya no la miraba con complicidad, sino con desconfianza.
—Esto no puede terminar así —susurró Isabella, frente al espejo, en su bata de seda roja—. No pienso hundirme con él.
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Esa misma tarde…
Isabella caminaba por el pasillo de un edificio corporativo discreto, en una zona financiera poco transitada. Había pedido una cita con un antiguo enemigo de Leonard. Martín Rivas, abogado implacable y uno de los nombres en la lista negra del conglomerado de su prometido.
—Pensé que nunca te rebajarías a buscarme —dijo Martín, al verla entrar a su oficina.
—Yo no me rebajo —respondió Isabel