El portón quedó abierto detrás de ellos, crujiendo con un sonido que parecía un lamento. Aelin avanzó lentamente por el camino de piedra cubierto de hojas secas, sus pasos resonaban en aquel silencio roto solo por el viento que hacía temblar las ramas de los árboles.
Darian se mantenía a su lado, firme, con la mirada atenta a cada rincón, mientras Sasha avanzaba unos pasos delante, revisando con la seguridad de quien nunca baja la guardia.
La villa, imponente en medio del abandono, parecía observarlos con sus ventanas oscuras como ojos vigilantes.
Aelin apretaba en su mano el relicario que llevaba siempre consigo, como si aquel pequeño objeto pudiera darle valor. Había esperado tanto tiempo este momento que ahora, frente a la puerta principal, su corazón palpitaba con fuerza.
Darian la observó en silencio y notó el temblor en sus dedos. —Si no estás lista, podemos esperar —murmuró él.
Aelin negó suavemente. —No.
Si sigo esperando, nunca sabré la verdad. Sasha empujó la