El amanecer lo encontró aún despierto. Adrián se había pasado toda la noche revisando informes, registros y grabaciones. Había ordenado revisar las cámaras, los teléfonos, incluso el acceso de los vehículos en la entrada principal, pero no había encontrado nada. Ninguna pista de hacia dónde pudo ir Miranda.
La mansión estaba en silencio. Un silencio insoportable, distinto al habitual. La copa de vino seguía sobre la mesa del comedor, a medio vaciar, y en el aire aún flotaba el leve aroma de su perfume, ese que solía quedar impregnado en sus camisas cuando ella pasaba cerca. Todo en la casa parecía detenido en el instante exacto en que ella desapareció.
Caminó hasta el ventanal, con un cigarro entre los dedos. No recordaba cuántos había fumado desde que amaneció. Se miró en el reflejo del vidrio y apenas se reconoció. Ojeras profundas, la barba crecida, los ojos inyectados en furia y desvelo. Había pasado por muchas cosas en la vida, pero nada lo había hecho sentir tan vulnerable como