Se montó en su camioneta y salió chirriando las llantas frente a la casa, igual que cuando tomó carretera la vez anterior.
Sentía el corazón acelerado. Iba a verlo. Solo esperaba que él aún quisiera hablar... y que le aclarara que no la había utilizado. Que, aunque fuera tantito, de verdad le importaba.
Jamás pensó que haría algo así: buscar a un hombre. Pero había decidido hacerle caso a las palabras de la pequeña Vera. Aunque era joven, los consejos que le daba a su jefa los decía de corazón.
No tardó mucho en llegar. Realmente, una casa no estaba demasiado lejos de la otra. Identificó el coche de Salomón, estacionado justo detrás del Audi. Ella aparcó un poco más lejos y se encaminó hacia la casa, donde suponía que estaban los chicos.
Estaba nerviosa —está de más decirlo—. Casi podía sentir la vena yugular palpitarle en el cuello. Las manos le sudaban, y fue entonces cuando una risita nerviosa se le escapó. No podía creer que algo tan simple como ir a hablar con alguien la pusiera