Luego de salir de aquel salón, Liliana y Dayana se dirigieron al apartamento de la chica, ahí, Liliana tomo un largo baño donde se intentaba quitar el ma olor que se había colado por todo su cuerpo.
Mientras aquello sucedía, Dayana había hecho lo propio y ahora, la esperaba en la sala de estar. Durante todo el tiempo que Liliana necesitó que ella fuera fuerte, lo hizo, pero ya en la soledad de su casa, finalmente, las lágrimas que luchaba por guardar la terminaron venciendo.
Dayana se sentía una completa idiota, era cuestión de lógica, aquel chico que jamás le había dirigido la palabra, de buenas a primeras la había invitado a salir y se mostraba interesado en ella.
La chica debía reconocerlo, efectivamente, Dayana había caído redondita, se había enamorado de una manera que le dolía reconocer, más cuando todo había quedado claro, su relación con Thiago no era nada más que parte de un plan.
Hoy Thiago, había tomado su corazón y lo había hecho pedazos, lo había machacado contra el suelo. No solo se trataba de su corazón, también se trataba de su dignidad y su orgullo, puesto que la chica siempre se había jactado de tener buen ojo para las relaciones sentimentales.
Mientras lloraba en silencio, una idea cruzo su mente, si ella que había estado saliendo con Thiago, hoy se sentía desecha, ¿Qué pasaría si Liliana se enteraba de que Gabriel se fue sin decir palabra porque ya sabía de su enfermedad?
- Day, ¿Estás bien? -preguntó Liliana posando su mano en el hombro de la chica.
Dayana, pocas veces o más bien, nunca se dejaba ver en esa situación, pero las frías acciones y duras palabras de Thiago, esta vez sí que le estaban cobrando factura.
- ¡Lili! Ven, siéntate aquí conmigo… -dijo Dayana, señalándole un pedazo del sofá donde ella estaba. – ¡Oye! Ahora que nos graduemos, ¿Qué piensas hacer? ¿Has hablado con tu padre para lo Juilliard? -dijo la chica limpiándose las lágrimas.
- No, no… no, aún… aún no hablo con él…
- ¡Lili! Ya debiste hablar con él, sabes cómo es el señor Cedeño, no le gustan las sorpresas.
- Él… él… siempre, siempre está ocupado…
- Sí, pero debes buscar la manera, ¿Qué va a suceder si él dice que no?
Liliana se quedó por un momento en silencio, aquella parte no la había contemplado, ella solo había visto de forma lineal lo que sucedería cuando salieran de la preparatoria.
- Su… Supongo que… que me quedaré… -dijo Liliana viendo aquello como una lejana pero única opción.
Dayana, al ver el semblante de su amiga, se giró hacia ella, la abrazó y le dijo:
- ¡Ya verás que todo saldrá de acuerdo con el plan! ¡Oye! ¿Ahora qué? ¿Vamos a ver un mataron de películas de terror?
- Sa… Sabes que… que me dan miedo…
- ¡Pero te gusta verlas! -dijo Dayana sonriendo.
- Es… ¡Está bien!
- Ok, voy por palomitas, helado y algo para tomar… -dijo Dayana levantándose. – Escoge la película…
Liliana sabía que su amiga estaba fingiendo, ella tenía muchas preguntas que rondaban su cabeza, pero sabía que no era el momento correcto, así que, prefirió hacer como si nada ocurriera.
Muy lejos de ahí, en el elegante Four Seasons Hotel Mexico City, un hombre miraba por la ventana de la suite presidencial.
- Theodore… -dijo un hombre desde detrás, llamando su atención.
- Dime… -Respondió el joven volteando.
- Me dijo el señor Ponce de León que, cuando fuiste a ver al embajador, buscabas a alguien, quieren saber si necesitas que la localicen.
- ¡Oh! No, no, solo fue un espejismo, los muertos no vuelven a la vida hasta donde yo sé…
- Déjame adivinar… ¿Aria Rousseau?
- ¿Tan bien me conoces, viejo amigo? -dijo aquel hombre sonriendo ligeramente.
- Hasta donde recuerdo, es la única mujer que te pone de esta manera.
- ¿De qué manera?
- Nostálgico, Theodore, nostálgico…
- Bueno, bueno, ya no hablemos del pasado… Dime, ¿El trato se cerró?
- Sí, los inversionistas están más que satisfechos… Bien, pues si no tenemos nada más que hacer, es hora de ir a la cama… -dijo caminando hacia su habitación.
Theodore no lo decía, pero la jovencita que vio, aunque había sido demasiado rápido, sabía que era la viva imagen de Aria, su bella Aria. Pero tal como se lo había dicho a su mano derecha, los muertos no vuelven a la vida.
- Aria, Aria… todo hubiese sido tan diferente, sí… -dijo Theodore con un dejo de nostalgia en la voz. – ¿Qué demonios pienso? Aunque estuvieras viva, no estarías conmigo, no sé por qué sigo esperando que algo del pasado cambie.
Mientras un hombre vivía de recuerdos y dos jovencitas hablaban de su futuro mientras veían películas de terror, en un bar de Cambridge, un joven hombre, ahogaba sus remordimientos en alcohol.
- ¡Anda, Gabe! ¡Es hora de ir a casa! -dijo un joven pagando la cuenta de su amigo y colocando el brazo de su amigo en su hombro.
- John, le falle, le falle… -Balbuceo Gabriel.
- Amigo, si vas a seguir latigandote por lo que hiciste, tú mismo tienes la solución, pero creo que en este momento, no necesitas de mis regaños, necesitas más un buen baño y la cama, ¡Anda! Vamos a casa…
Gabriel sabía qué día era hoy, sabía que había prometido que el baile de graduación de Lili sería un evento que ella recordaría para toda su vida.
- ¡Ella me engañó! ¡Maldita escuincla!
- ¡Gabe! Nadie puso un arma en la cabeza para que salieras con ella, tú mismo me has dicho que te atrajo por su madurez… si tan arrepentido estás, ¿Por qué no le has devuelto las innumerables llamadas, mensajes o correos que te ha hecho?
- ¡Por imbécil!
- ¡Exacto! Ahora, pedazo de imbécil, mete tu trasero en el auto y vamos a casa, por hoy, ya has pagado la cuota de idiotez, mañana será otro día. -dijo el joven ayudando a subir a su desalineado amigo al auto.
Tal cual fuera una maldición, bendición o alguna cosa cósmica del destino, Liliana, Theodore y Gabriel sentían que esa noche estaba siendo más eterna que cualquiera otra en su vida; Liliana imaginando como hubiera sido si Gabriel estuviera con ella este día, Theodore imaginando como sería la vida si Aria aún viviera, si con su sola presencia iluminara sus días y Gabriel imaginando como sería si Liliana no estuviese enferma.