Tras terminar la llamada con Heinrich Meisel, el señor presidente observó al hombre que estaba parado por ahí.
Thiago Cedeño miraba para afuera de la oficina en la que estaban. Su semblante lucía derrotado; el joven solo era un niño queriendo jugar un juego de hombres para el que no estaba preparado.
De cierto modo, el presidente lo compadeció, por años, su padre le había dado todo a este hombre y jamás le había enseñado a llevar la vida con rectitud, al contrario, le había enseñado que, para obtener algo, siempre debía pasar por encima de los demás.
- Thiago Cedeño, ¿Creo que con esto queda claro qué es lo que no debes volver a hacer? ¿Correcto?
- Señor, ¿Cómo pretenden que pague la multa que ese hombre impuso a la compañía? Es demasiado dinero, la empresa no podrá soportarlo.
- ¡Dios, Thiago! Eso lo debiste pensar; además, no te hagas el tonto conmigo, tu padre tiene una buena fortuna, los Cedeño se han hecho de mucho dinero desde hace años.
Thiago volteó a ver al hombre un tanto des