En nueva York, en una de las exclusivas zonas de casas, por el enorme pasillo de mármol, se escuchaba el elegante caminar de un hombre.
- ¿Se puede? -dijo el hombre dando dos ligeros toques en la puerta de madera.
- ¡Adelante! -se escuchó la voz masculina de alguien dentro.
- Creía que no me recibirías tan fácilmente. -dijo el hombre, entrando con la elegancia propia de aquel caballero.
- ¿Qué sucede, Robert?—preguntó Theodore levantando la vista de los documentos que revisaba.
- Como tu abogado, traigo unos documentos para que me los firmes…
- ¿Qué son? -dijo Theodore extendiendo la mano para recibirlos.
- El papeleo de siempre, tus donativos, impuestos y cosas de esas…
- ¡Oh! Ya veo, ahora dime lo que quieres realmente.
- Preguntarte si ¿Vas a ir a ver a Aria Rousseau?
- Sabes bien que sí, ¿Por qué la pregunta?
- Cada año tengo la esperanza de que me digas que no, pero, aun así, tengo ya el avión listo. -dijo Robert Stuart con resignación.
- Tal como cada año, mi querido Robert, te