Por la autopista que lleva a la ciudad de Puebla, se podía ver un vehículo yendo a toda velocidad. Dentro de este, una mujer en evidente estado alcohólico, lo conduce mientras llora, una mano va al volante y la otra la lleva en una botella de vino barato comprado en una de las tantas gasolinerías que hay en el camino.
En el asiento trasero, sentada en su sillita, va una niña de unos 3 o 4 años, que, debido a la velocidad, se encuentra un poco mareada y asustada. Ella no entiende por qué su mamá llora, solo la mira cómo toma algo de una bolsa de papel, sabe que su mamá siempre voltea a verla cuando van en el camino, sabe que siempre le regala una sonrisa y si la nota mareada, detiene el auto, pero esta vez, ha sido diferente. - Mami -le dice la niña con esperanza de que ella la voltee a ver. – ¡Mami, mami, mami…! - ¡Tranquila, Lili! ¡Tranquila! Vamos a ir a casa de los abuelos… -dice la mujer mientras limpia sus lágrimas y sorbe sus mocos. - ¡Estoy cansada, mami! ¡Tengo hambre…! -dice la niña con esperanza de que su madre detenga el auto. La madre siente como la cabeza, su corazón y su pecho le duelen. Su matrimonio ha sido aplastado, pisoteado y desechado, ella no sabe cómo es que su vida perfecta, acaba de venirse encima. Solo sabe que en cuestión de minutos, todo su mundo cambió y el de su hija también. - Mi cielo, vamos a ir con los abuelos y la tía Mina, ¿Qué te parece? -dijo la mujer tratando de parecer calmada. - Mami… ¿Y papito? ¿Dónde está? -preguntó la niña inocentemente. Aquello provocó que la mujer rompiera nuevamente en llanto, desconcentrándose, cerrando los ojos y no viendo la curva que tenía frente a ellas. Cuando se dio cuenta, ya era demasiado tarde, solo pudo ver la gran pared de roca a escasos metros de ella, tanto ella como la niña solo pudieron escuchar un ruido ensordecedor dentro del auto. Por fuera, se escuchó el rechinido de los neumáticos ante el fuerte impacto contra las rocas. El metal del auto se dobló dejando el auto compactado entre las rocas, fragmentos de piedra cayeron alrededor del auto y del camino. El vehículo había quedado completamente irreconocible, los faros y ventanas estallaron, montones de cristales se esparcieron por el asfalto, provocando que varios automovilistas detuvieran su marcha abruptamente tratando de evitar un accidente mayor. Dentro de lo que quedaba del vehículo, el airbag no se había desplegado, el cinturón de seguridad estaba tenso, pero eso no había impedido que el metal y los cristales tocaran a la mujer, provocando así, múltiples heridas fatales en su cuerpo. En el asiento trasero, milagrosamente, una menor lloraba, gritaba y llamaba a su madre desesperadamente, quien había evidentemente no respondía. El cinturón de seguridad que sujetaba a la niña le impedía moverse y acercarse a su madre, quien, por más que llamara, no volteaba. - ¡Señorita Liliana! ¡Señorita Liliana! ¡Despierte! ¡Despierte! ¡Está teniendo una pesadilla! -dijo Tina, el ama de llaves preocupada por la joven. Liliana despertó de golpe, su rostro reflejaba el pánico que estaba viviendo durante aquel mal sueño. Su frente estaba cubierta de pequeñas gotas de sudor, su cuerpo y cabellos estaban mojados por la misma razón, sus ojos reflejaban el dolor de un viejo recuerdo. - Ti… Tina, tú… tuve una, una pesa… -intentaba decir la joven cuando Tina la ayudó a terminar la oración. - Una pesadilla, mi niña, una pesadilla, ¿La misma de siempre? -dijo Tina, preocupada por la joven. - SSi… - ¡Tranquila, mi niña! Todo está bien, recuerda una cosa, eres una joven hermosa de 17 años, estás en casa, estás a salvo y hoy comienzas el último año de preparatoria. Terminando el colegio, te irás a Nueva York, a esa escuela de la que tanto me has hablado, estudiarás ballet y serás la mejor en lo que haces. -dijo Tina abrazando a la joven. - ¡Gracias, Tina! -dijo la joven comenzando a calmarse. - ¡Anda, vamos! ¡Levántate! Recuerda que el señor Cedeño, no espera a nadie y no quiero peleas en el primer día de clases. -dijo Tina, recordando la poca paciencia del padre con la joven. Liliana se levantó, caminó al baño, se miró en el espejo, perfectamente bien podía ver la cicatriz que existía entre su cuello y la mejilla derecha, la cual, era el constate recordatorio de lo que había ocurrido hace 13 años, cuando perdió a su madre en un terrible accidente. Tina, solo pudo ver cómo aquella jovencita se quedaba parada frente al espejo, perdida en sus propios pensamientos y recuerdos. Ella sentía un poco de tristeza, la vida de la joven no había sido fácil, más cuando, desde niña, la habían diagnosticado con autismo. Ella formaba parte de las estadísticas de: “1 niña por cada 4 niños”. Según el médico de la familia, ella había desarrollado el autismo debido al terrible accidente que vivió, donde su madre perdió la vida. La palabra del doctor Bauer era ley en esa familia, por lo que, viendo los terribles ataques de pánico que le daban, nadie se atrevió a cuestionar el diagnóstico y toda comenzaron a darle un trato “especial”. Ser Liliana Cedeño, la hija de un importante hombre de negocios y de la política en México, no había sido fácil y solo ella podía saber hasta qué punto. La vida de la familia Cedeño se regía dejaba por el ¿Qué dirán? “El cuidar las apariencias” y una chica como ella, no encajaba en nada de lo que los Cedeño representaban. Liliana no lo decía, pero sabía que hoy, comenzaba la cuenta regresiva. Hoy era un día menos en el año para que su vida, tal como la conocía, cambiara. Ella había decidido aplicar en Juilliard para estudiar ballet clásico, ese era su sueño desde niña. Ella lo vio en su mamá y quería seguir sus pasos. El sueño era claro y las ganas también, nada podría salir mal o al menos eso era lo que ella esperaba, puesto que solo tres personas sabían de ello, Tina, el ama de llaves, Dayana, su mejor amiga y la tía Carmina, hermana gemela de su madre.