Los ojos de Sara se abrieron a la claridad de la mañana y lo primero que vio fue a Misael, acostado a su lado, piel con piel.
—¿Estamos en tu cama o en la mía? —preguntó ella.
—En la mía.
—Entonces tal vez sí estaba un poco ebria. No recuerdo haber venido.
—Llegaste de madrugada y prácticamente me violaste. Ni siquiera te importó cuánto me resistiera.
Sara sonrió.
—Quiero que algo quede claro, Misael. No necesito tu permiso para salir a beber con mis compañeros si se me da la gana, ya no eres mi tutor legal. Soy una mujer independiente y no aceptaré tus escenas de crío berrinchudo.
Estaba preparada mentalmente para ver la ira relucir en esos ojos oscuros y seguir firme en su postura. Había cosas que no se transaban ni siquiera por amor y una de ellas era su autonomía.
—Lo lamento. Actué como un tonto, no volverá a pasar.
Definitivamente lo que había ocurrido durante la noche debía haber estado muy bueno, pensó Sara. Misael la miraba como un cachorrito y sus palabras eran suaves y ate