IV Orden absoluta

Los sentidos de Sara nunca antes habían estado tan atentos ni tan conectados con el arma que cargaba y que apuntaba directo a la cabeza de Iván Reyes, en una sala de reuniones de K&R.

Unas horas antes

—Amor ¿Qué haces con mi pañuelo en tu cuello? —preguntó Sara por la mañana, cuando fue a desayunar luego de trotar.

—Hago lo necesario —dijo Jay.

Había llevado el pañuelo puesto desde que se levantara. Sólo se lo sacó para ponérselo a Sara antes de que se fuera.

—Es mi saludo para tus compañeros, si es que hay algún lobo entre ellos.

Sara se preocupaba de ocultar sus propias feromonas, pero las de su novio eran completamente bienvenidas.

—Lindo pañuelo —le dijo Max al saludarla.

Estuvieron apenas unas horas en la oficina y fueron deprisa con el jefe.

—El padre de la niña a la que la víctima habría abusado era su compañero de trabajo, la novata lo descubrió —dijo Max.

—La gente publica todo en las redes sociales, no fue muy difícil.

—Muy bien, hablaré con el juez —dijo Tobías Moreno, el jefe de la unidad.

—También necesitaremos refuerzos. Apuesto mi placa a que, si este tipo es el culpable, es un lobo —agregó Max.

Tobías lo miró con hastío.

—Para eso tienes a tu novata. Y tú que estabas enfadado cuando descubriste su naturaleza. Les avisaré cuando esté la orden.

Max salió murmurando algo inentendible, incluso para Sara y su oído superior. Se detuvieron a pocos pasos de la oficina del jefe, junto a la máquina de café.

—Yo haré el interrogatorio —dijo Max, revolviendo el contenido de su vaso—. Tú estarás atenta a cualquier cambio en sus constantes vitales.

—Que mi oído sea más sensible que el de un humano no me convierte en un detector de mentiras. La frecuencia cardíaca puede aumentar por múltiples factores y...

—Tú estarás atenta y me avisarás si miente, guíñame un ojo o algo así.

Sara suspiró. Cogió un vaso con agua caliente y se preparó un té. La manzanilla siempre la ayudaba a relajarse.

—Así que ya tienes a tu principal sospechoso y todo gracias a la novata —dijo Luis, confirmando que en la estación los muros tenían oídos pese al habitual ruido que había—. Definitivamente tu novata tiene "olfato" detectivesco.

La bromita hizo reír a todos los que estaban por allí. Si Sara se quedaba callada ahora, episodios como este se volverían habituales.

—¿Sabes qué más puedo oler? —preguntó ella.

—A nadie le interesa, esperemos afuera —dijo Max.

Ella lo siguió.

—Lo mejor que puedes hacer es ignorarlo, no caigas en su juego. No tienes nada que demostrarle a nadie.

—Cada vez será peor.

—Eso forjará tu carácter. Nadie que te viera pensaría que eres un lobo.

La muchacha no superaba el metro setenta, delgada aunque con músculos que parecían ligeramente tonificados bajo la ropa, al menos lo que permitían ver los gruesos ropajes de otoño. No era para nada una criatura feroz.

—Esa es la idea —dijo ella.

"Eso era lo peligroso", pensó él.

La orden del juez estuvo lista y fueron a K&R por Iván Reyes, ex pareja de la actual pareja de la víctima.

—Se queda con la novia y, no conforme con eso, abusa de la hija. Nuestra víctima debería estar en la cárcel, no en un cementerio —decía Max mientras conducía.

—La gran mayoría de los abusadores de menores son reincidentes. Hay personas que matan una vez y ya no más, lo mismo con algunos ladrones, pero los abusadores siempre reinciden. Son depredadores —dijo Sara.

—Que esté muerto es mejor, ¿es lo que dices?

—No, sólo señalo lo que dicen las estadísticas. No hay un sistema de rehabilitación efectivo para ellos, porque el problema está en sus instintos más básicos. Para ir contra los instintos se debe tener mucha voluntad y no es algo simple. Es una lucha constante y puede llegar a ser muy doloroso. Cuando pierdes, te conviertes en una bestia y nadie quiere ser una bestia, a menos que tengas una razón muy poderosa para serlo.

—En algo estamos de acuerdo. Lobo o no, nuestro asesino es una bestia —concluyó Max.

La supuesta bestia entró a la sala de reuniones que le facilitaron a los detectives para el interrogatorio. Partirían por las buenas, con una interrogación de rutina. Si se negaba a cooperar, le enseñarían la orden del juez. El hombre los miró con desconfianza, aunque debía ser muy confiado para permanecer en su trabajo luego de haber triturado a su compañero de labores.

Los detectives se presentaron y los tres tomaron asiento. Las primeras preguntas fueron de rutina: su relación con la víctima, si él tenía enemigos y fueron in crescendo.

—¿Cómo reaccionó cuando él y su ex pareja terminaron en una relación? —preguntó Max.

—¿De qué me está hablando? ¿Renato con Susana? No, no es posible... ¡¿Qué m****a me estás diciendo?!

Max le dio una rápida mirada a Sara, que estaba sentada a la izquierda del interrogado, pero fuera de su ángulo de visión. Ella le guiñó un ojo.

El corazón de Iván bombeaba a gran velocidad, pero bien podía ser por la sorpresa de la noticia, por sentirse traicionado o por suponer que se estaba convirtiendo en el principal sospechoso. Lo peor era que Max había tenido la razón. El ambiente empezaba a llenarse de feromonas.

—¿Me vas a decir que no lo sabías? —cuestionó Max—. ¿Dónde estabas el lunes diez de junio, entre las dos y tres de la mañana?

—¡¿Creen que yo lo hice?! ¡¿Qué pruebas tienen?!

—Contesta la pregunta.

El hombre se levantó, golpeando la mesa. Los detectives se levantaron también.

—Tenemos una orden del juez para interrogarte. Contesta las preguntas o esto se pondrá peor para ti.

—¡¿Crees que lo maté porque salía con mi ex?!

El frenético latir del corazón del hombre le retumbaba a Sara en los oídos y dentro de su propio pecho. La furia flotaba en el aire y su aroma era amargo y sofocante.

—Tal vez por eso o porque supiste lo que le hizo a tu hija.

Los ojos de Iván se desorbitaron y su rostro se contrajo en una mueca de pavorosa ferocidad. No podría controlar a su lobo, los instintos lo estaban arrastrando a la locura.

Disimuladamente Sara soltó la correa que sujetaba su pistola.

—¡¿QUÉ LE HIZO A ROSITA ESE INFELIZ?!... ¡ESA PERRA DESGRACIADA, LA VOY A MATAR!

No alcanzó a alejarse tres pasos de la mesa cuando Max se le interpuso.

—Sólo saldrás de este lugar para ir a la estación.

La respuesta de Iván fue apuntarlo con una pistola directo a la cara. Al mismo tiempo, Sara lo apuntó a él.

—Baja la pistola, Iván. La chica es novata y le tiembla la mano. Hablemos, a eso vinimos. Si hubiese sido mi hija, yo habría hecho lo mismo.

—¡CÁLLATE!... ¡Nadie me enviará a la cárcel!

El dedo de Sara, firmemente posicionado en el gatillo, empezó a apretarlo. Un tiro limpio directo a la cabeza, a sólo unos cuantos milímetros, sólo eso debía presionar.

Repentinamente las puertas de la sala se abrieron con violencia y entró un hombre de traje y corbata, con un largo abrigo al que la prisa le daba movimiento. Una mirada a la escena que se desarrollaba le bastó para proferir una orden que al interrogado le resonó hasta en los mismísimos huesos.

—¡Baja esa pistola! —gritó con voz potente, demasiado para oídos de lobos.

Como si fuera una orden dada por Dios mismo, los brazos de Iván cayeron y de sus manos la pistola, que Max se apresuró a coger. No había furia ni poder que pudiera resistirse a aquella voz, que le hablaba a sus sometidos instintos. Iván era un lobo, un omega, y nada podía hacer cuando un alfa daba una orden.

Contrariado, como un conejo encandilado en la carretera, el sospechoso fue empujado sobre la mesa y esposado. Sara, cuyos brazos cayeron al mismo tiempo y con la misma obediencia que los de Iván, no se atrevía a alzar la mirada. Estaba fija en sus manos, en los temblorosos dedos que se le habían agarrotado. Toda su fuerza estaba concentrada en la descomunal tarea de evitar que la pistola se le cayera. No sólo había sido la voz del hombre, sino su esencia lobuna y poderosa, que era como un huracán. Había barrido con su voluntad como a las hojas se las llevaba el viento, sin que nada pudiera hacer.

No había defensa que valiera. Luchar contra los instintos era doloroso, otras veces era imposible.

—Coopera con los oficiales, Iván. Será por tu bien —dijo el hombre, con una voz serena, pero que guardaba cierto aire de dominación.

Un susurro hipnótico.

—No sé qué ha pasado, pero gracias —dijo Max—. Rojas, nos vamos.

Sara no se movió de su lugar, los pies se le habían clavado al suelo y temblaban tanto como sus brazos.

—¿Rojas? —volvió a llamar Max.

Iván aprovechó los segundos de distracción para darle a Max con el hombro y corrió hacia el ventanal. Nadie habría imaginado que sería posible, teniendo la puerta tan cerca. Nadie esperaría que se lanzara contra el cristal considerando que estaban en el quinto piso. Nadie esperaría que sobreviviera a tal caída.

Cuando Max y Misael Overon, CEO de K&R, se acercaron al borde, nada había en el suelo. 

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