II Jerarquía

—La víctima era un empleado modelo. Siempre llegaba a la hora, mantenía su puesto de trabajo ordenado, era amigable y colaborador con sus compañeros, respetuoso con sus superiores. Incluso donaba parte de su sueldo a organizaciones de caridad —dijo Sara.

Estaban en un restaurante. Se pensaba mejor con el estómago lleno, eso decía siempre Samuel. En la terraza tenían la privacidad necesaria para hablar de trabajo y disfrutar de las delicias culinarias al mismo tiempo.

—La gente siempre habla bien de los muertos los primeros días. Todo cambia después del funeral —aseguró Max, mordisqueando su hamburguesa.

Sara comía una ensalada.

—Nunca oí nada similar en la academia, pero tiene mucho sentido. ¿Qué hay de su familia?

—Con la familia esa regla no siempre se cumple. A veces es al revés. La ex esposa estaba muy interesada en saber quién era el beneficiario del seguro de vida.

—¿Su muerte podría tener que ver con eso?

—Es una posibilidad. La hermana me dijo que frecuentaba a una mujer que conoció en un bar, no he podido contactarla. Fuera de eso, no hay nada interesante. Habrá que ver qué nos dicen los peritajes del laboratorio.

A las seis de la tarde estuvo el informe preliminar de la autopsia, que Sara leyó en voz alta en la oficina. Un profundo silencio sobrevino cuando acabó. Era una novata y apenas la conocía, pero Max estuvo seguro de que ella pensaba lo mismo que él.

—No fue un humano —dijo Max, con tétrica expresión—. Apuesto mi placa a que fue un licántropo.

A Sara se le secó la garganta y empezó a toser. De su bolso sacó una botella con agua que había comprado y, sin que él la viera, se tomó una píldora. Repentinamente Max dejó la oficina. Con una carpeta Sara se abanicó el rostro. Se roció un poco de su perfume y trató de poner en orden sus pensamientos.

—Sígueme y trae el informe del forense —dijo Max, asomándose.

Llegaron a una sala a unos cuantos metros de ahí. Había seis detectives dentro, una sola mujer entre ellos. Estaban sentados en torno a una larga mesa ovalada.

—Ella es Rojas, la novata —dijo Max—. Novata, ellos son Juan, Luis, Anton, Marcela, Karim y Pietro, detectives de homicidios igual que nosotros.

Los seis pares de ojos la miraron con curiosidad. Genial, ahora todos sabían que era la novata. Ya lo veía venir, tardaría semanas o incluso meses para que la llamaran Sara o al menos Rojas. Sería la novata hasta que llegara alguien más novato que ella.

—Novata, háblales sobre los resultados de la autopsia —dijo Max, sentándose junto a los demás detectives.

El calor que empezó a recorrer el cuerpo de Sara fue tan palpable que estuvo segura de que le salía vapor. Ella era la novata, m*****a sea, no estaba lista para hacer una exposición frente a sus pares. ¡Sus pares! ¿Qué pensarían ellos si la veían sonrojada o le temblaba la voz? No conseguiría su respeto, la tratarían como una novata hasta que jubilara, si es que duraba tanto y no querían mandarla de regreso a la academia.

Max Benítez era un infeliz. Ella podría haber preparado una presentación con lujo de detalles si le hubiera informado su idea de hacer una reunión. Había tomado cursos de computación y manejo de software. Ahora su único apoyo era el informe que temblaba en sus manos.

¡Y la mancha! En el restaurante se había manchado la blusa. Era una mancha pequeña bajo su hombro que no había logrado quitar, cortesía del kétchup de la hamburguesa de su compañero. Pensarían que era descuidada, sucia, que no apreciaba su trabajo, que no respetaba a sus compañeros ni a sí misma. Todo le dio vueltas, iba a desmayarse en cualquier momento. Quería tomarse el frasco entero de supresores y bañarse en perfume para que nadie oliera su miedo.

—¡Rojas!

—¡Sí!

Dio un paso hacia la mesa para mostrarles las fotos de la escena del crimen. La carpeta resbaló de sus dedos sudorosos y el informe se desperdigó sobre ellos. A la horrorosa primera impresión que estaba dando habría que sumar su torpeza.

Inhaló profundamente y aferró su orgullo con todas sus fuerzas.

—La víctima murió por una fractura cervical —dijo, mientras escarbaba en los papeles y les enseñaba las grotescas imágenes—. Tenía fracturas defensivas en los brazos, pero no lesiones externas que atribuyan los daños a un objeto contundente.

—Diles lo del brazo izquierdo.

—Algo que llamó la atención del forense fue que los huesos del brazo parecían haber sido sometidos a una presión tal que los restos óseos se fragmentaron en múltiples partes.

—Se hicieron polvo —recalcó Max, ubicándose junto a Sara—. Si sumamos a esto que la víctima es hombre, fue asesinado de madrugada y encontrado en la calle, creo poder afirmar que nuestros cuatro casos están relacionados.

Por la mañana se había encontrado un nuevo cuerpo en similares condiciones.

El silencio que se hizo en la sala de reuniones fue interrumpido por burlonas risas.

—¿Qué te fumaste, Benítez? —preguntó Luis.

—Nuestro muerto cayó desde un tercer piso, ya estamos por cerrar el caso —dijo Anton.

—Al nuestro lo atropellaron —agregó Marcela.

—Todas esas son suposiciones —insistió Max.

—¿A sí? ¿Y qué los golpeó entonces? ¿Un elefante? —dijo Luis.

—Déjenme explicarles...

—No hay ningún asesino en serie, Max. La partida de Samuel realmente te afectó —dijo Pietro.

—Averigua qué maquina aplastó a tu víctima, cierra el caso y vete de fiesta con tu novata. Les hace falta relajarse a los dos —dijo Karim.

Uno a uno se fueron retirando, riendo hasta más no poder. Sara terminó de poner todos los papeles de vuelta en la carpeta. Se le cayeron una vez más cuando Max mandó a volar una silla de una patada. Había sido una primera reunión realmente mala, pero bien sabían ambos que pudo ser mucho peor.

—Al menos no les dijo sobre su hipótesis del hombre lobo.

Los ojos de Max parecieron refulgir en ira asesina. No hizo falta nada más para que Sara saliera corriendo y no volviera a hablarle en lo que quedaba del día.

                                       〜✿〜

—¿Qué tal tu primer día, amor? —preguntó Jay.

Tenía el cabello rubio despeinado. Todavía llevaba puesto el mandil y había restos de un polvo verde en su pálido pómulo. Sara se lo sacudió. Era comino.

Ella no sabía por dónde empezar a contarle. Si algo le habían recalcado en la academia era que el trabajo debía permanecer en el trabajo. Llevarlo a casa acabaría por mermar su fortaleza mental.

—Bien, aunque mi compañero es un cretino. No pierde oportunidad para recordarme que estoy a kilómetros por debajo de él.

—Eso es común cuando eres nuevo. Haz lo que sabes hacer y, tarde o temprano, le dejarás la boca cerrada.

Sara asintió, probando otro bocado de estofado. Nadie cocinaba como Jay. Quizás su madre, pero de eso había pasado mucho.

—Él cree que nuestro asesino es un licántropo.

La garganta de Jay se cerró. Se cubrió con una servilleta para toser.

—¿Es así? —preguntó cuando pudo hablar.

—No hay pruebas suficientes, pero él está convencido de ello. No quiero ni imaginar lo que ocurriría si llegara a ser cierto.

La perfectamente estructurada sociedad que habían logrado construir humanos y lobos, donde vivían todas las diversidades respetando los derechos y deberes de cada quien, se desestabilizaría. Los licántropos perderían su lugar.

—De seguro es un error, no te preocupes Sara. Estaremos bien, nadie nos quitará lo que hemos conseguido. 

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