Boda inconclusa.
Salgo dejándolos a solas y me quedo esperando afuera, con las manos entrelazadas y el corazón dándome golpes sordos en el pecho. El pasillo está en silencio, sólo se escucha el zumbido del aire acondicionado y mis propios pensamientos repitiendo lo mismo una y otra vez: ¿De qué habrán hablado? ¿Por qué tanto secretismo?
No pasan ni treinta minutos cuando la puerta se abre.
Damián sale sin mirarme siquiera. Su rostro está tenso, la mandíbula apretada, y su paso firme como si escapara de algo que no debía haber sucedido. Lo observo alejarse hasta perderse en el pasillo y entonces entro.
Mi padre está sentado, con la mirada perdida en un punto invisible sobre el escritorio. Algo en él es distinto; su respiración es pesada, y cuando levanta la vista, sus ojos ya no tienen el mismo brillo de hace unos minutos.
—¿Ocurrió algo? —pregunto, intentando sonar tranquila, aunque mi voz tiembla.
Él niega despacio, pero su silencio me pesa más que cualquier palabra. Lo conozco demasiado: al