Sofía
Era increíble cómo me temblaban los brazos por cargar a una niña que no pesaba ni diez kilos… y, sin embargo, sentía que sostenía el mundo entero.
Avanzaba por uno de los pasillos secundarios de la mansión, con Magda dormida sobre mi pecho y una gran maleta, que bien parecía ser de camping, colgada a mi espalda.
Sus cabellos suaves me hacían cosquillas en la barbilla, pero no me atreví a apartarlos. Con cualquier movimiento brusco podría despertar y no quería asustarla. La respiración de la pequeña era calmada y profunda. Eso me daba mala espina.
"Vaya uno a saber qué le dió la bruja para dejarla así..."
Tenía que salir. Ya.
No tenía margen para errores.
Saqué el teléfono del bolsillo de mi chaqueta y marqué.
—Necesito ayuda. —Mi voz sonó más firme de lo que me sentía—. Tengo a Magda.
Rupert no tardó en ponerse en alerta.
—No puedo salir, estoy con los niños. Pero ya te mando a alguien —respondió con tono grave—. Solo confía si repite esto: “el sol también necesita sombras.”
—