Paulina
Tatiana disparó a matar, pero logré esquivar la bala por puro instinto.
El estruendo me sacudió el pecho, y antes de que el humo terminara de disiparse, ya estaba corriendo escaleras arriba.
No entendía cómo me había encontrado. Cómo había entrado.
"¡Mierda, esto no puede estar pasando justo ahora!"
Mi mente iba tan rápido como mis piernas. El eco de sus pasos retumbaba detrás de mí como un mal augurio. Subí los escalones de dos en dos, resbalando por momentos en la alfombra.
Entré a mi habitación de un portazo. Cerré y corrí directo al cajón bajo llave en la mesa de noche. Mis dedos temblaban. Busqué a tientas las malditas llaves.
Nada.
—¡No, no, no! —susurré frenética, revolviendo entre papeles y joyas de mi abuela.
Entonces lo recordé. Las había dejado arriba del armario, por seguridad.
Me giré hacia el ropero. Subí de un salto al pequeño sillón frente a él, estirándome hasta alcanzar el estuche metálico.
Las encontré.
Pero mis manos no respondían. Se me resbalaron. Cayer