Aníbal
Me quedé firme junto a la columna, observando cómo la cena se transformaba en un espectáculo.
Tatiana reía fuerte, demasiado cerca de Pierre. Paulina, en cambio, sonreía en automático, con esa mirada que yo ya conocía. Vacía. Desconectada. Como si se hubiera arrancado el alma para poder sobrevivir en ese cuerpo que solo le dolía.
Y entonces lo vi.
Max.
Mi hermano.
Apareció entre los invitados como si fuera parte del decorado: elegante, silencioso, con esa presencia que llenaba el aire sin hacer ruido. Los comensales lo reconocieron al instante. Algunos susurraban su nombre. Otros bajaban la mirada.
Él no saludó a nadie.
Fue directo a la mesa. A ella.
Después de la escena, esperé a que se alejara lo suficiente antes de moverme.
Dejé mi puesto junto a la puerta y crucé entre las mesas sin apuro, hasta alcanzarlo cerca del pasillo lateral, donde los mozos iban y venían con copas vacías.
—¿Qué carajo estás haciendo? —le solté en cuanto estuve a su lado.
Max ni se giró.
—Observand