Paulina
Abrí los ojos me di cuenta de que no estaba en mi habitación.
Las paredes estaban pintadas de un blanco opaco. No habían cuadros... nada que hablara de quién había dormido allí antes.
Me tomó unos segundos entender dónde estaba. Una de las habitaciones de servicio.
Lo supe por el colchón delgado, la manta áspera, el olor a lavanda mezclado con jabón de ropa.
Me incorporé con lentitud. El cuerpo me dolía, pero no como anoche. Sentí algo frío y suave en mi muñeca: un vendaje limpio. Otro en el costado.
Miré la ropa: una camiseta grande de algodón y pantalones flojos. Nada mío. Alguien me había cambiado, limpiado las heridas.
Tragué saliva.
Sentí una oleada de vergüenza. Y también de desconcierto.
No sabía si agradecer o esconderme más profundo en esa cama ajena. Pero no podía quedarme ahí.
No quería quedarme encerrada. No sin saber dónde estaba él.
Me puse de pie con cuidado, descalza. Encontré unas pantuflas al pie de la cama y caminé despacio hasta la puerta. Estaba ent