Max
Caminé por el pasillo con Max a mi lado, su pequeña mano aferrada a mis dedos.
Llegamos a su habitación, que Sofía ya había acondicionado para él. Astronautas, planetas, estrellas. Era como estar en el espacio.
Él no dijo mucho, pero en su silencio ya no había hostilidad. Solo un poco de curiosidad… y, quizás, algo parecido a aceptación.
—¡Me encanta! —dijo con la voz bajita, emocionado pero tímido—. ¿Puedo pedirte algo?
—Claro, mi principe. Lo que quieras.
—¿Me enseñas a usar esa cosa que vuela? —señaló el dron que estaba sobre la repisa de su habitación.
—Mañana. A primera hora. Te lo prometo —le dije, revolviéndole el cabello.
Max me miró de reojo, como si no terminara de creerme, pero en lugar de decir algo, caminó hasta la cama.
Se subió por el borde y se acomodó en el centro, haciéndome una seña con su mano para que me acercara.
Yo me senté a su lado, sin prisas, dejándole espacio para que eligiera de qué lado acostarse.
—¿Te gusta ese lado?
—Sí... pero… ¿me lees algo?
As