La sirvienta Marilú

El reloj apenas marca las siete de la mañana. El silencio está suspendido en el aire, solo interrumpido por el zumbido suave de la cafetera en la cocina.

Celine sigue dormida. Su cuerpo, aún más redondo por el embarazo de seis meses, está envuelto en las sábanas de seda. Su rostro luce tranquilo, pero el entrecejo arrugado delata que ni en sueños consigue la paz.

Mientras tanto, en el despacho, Demetrio hojea unos documentos con el ceño fruncido. Está de mal humor. No por algo específico. Es simplemente ese sentimiento constante de control incompleto, de que todo lo que posee puede escaparse si no lo aprieta lo suficiente.

—Señor Demetrio, su café —dice Marilú, la sirvienta, con una sonrisa forzada mientras entra al despacho con la bandeja en las manos.

—Ponlo ahí —ordena sin mirarla.

Ella obedece, pero no se marcha de inmediato. Se agacha y hace su segundo trabajo. Complacer a su amo y más cuando se ve malhumorado.

Al terminar se va a la cocina.

Celine baja los escalones lentamente, con una mano en su vientre y la otra deslizándose por la baranda. Ya no se siente tan torpe con la barriga, pero las noches sin dormir y los silencios de Demetrio le pesan más de lo que quiere admitir.

Al llegar al final de las escaleras, lo he recostado contra el marco del despacho, con la taza de café aún en mano.

—Te ves tenso —comenta ella, tratando de sonar ligera, pero algo en su mirada se clava en su estómago. Algo... incómodo.

Demetrio sonrió apenas.

—Estoy bien. Ligero...¿Quieres desayunar?

Ella asiente. Pero antes de girar hacia la cocina, sus ojos se posan en la bandeja de plata recién dejada en una mesita lateral. La taza extra. El perfume en el aire... no es el suyo. Es más floral, más dulce. Conocido.

Marilú.

La sirvienta aparece segundos después, impecable como siempre, con su cabello recogido y una blusa ajustada que no parece precisamente parte del uniforme.

Camina con un aire de suficiencia, como si cada baldosa del penthouse le perteneciera.

— ¿Desea que le prepare algo especial, señor Demetrio antes de irse? —pregunta con una sonrisa afilada.

Celine frunce el ceño.

—Yo estoy aquí, puedo hacerle el desayuno —dice, con voz firme.

Marilú la mira de reojo, sin molestarse en ocultar el desprecio en su expresión.

—Claro, señora. Aunque pensé que preferiría descansar. A su estado... no le conviene el cansancio —dice con falsa dulzura.

Celine no responde. Solo camina hacia la cocina, pero al pasar junto a ella la observa detenidamente. Sus zapatos tienen brillo nuevo. Sus uñas, recién hechas. El labial... ese tono cereza oscuro. El mismo aroma que había en el despacho.

¿Desde cuándo una sirvienta viste lencería cara debajo del uniforme? ¿Desde cuándo usa perfume caro para limpiar baños?

Demetrio no nota el silencio cortante entre ellas. Está ocupado en su celular, respondiendo correos. Pero cuando Celine regresa con una bandeja para él, la nota más seria que de costumbre.

— ¿Qué pasa? —pregunta él, al ver sus ojos clavados en la espalda de Marilú que se aleja con demasiada confianza.

— ¿Cuánto tiempo lleva trabajando Marilú contigo? —pregunta de golpe.

Demetrio la observa.

—¿Por qué lo preguntas?

—No sé… —Celine se encoge de hombros—. Solo que no parece una sirvienta cualquiera.

Demetrio suelta una risa suave.

—¿Celos?

—No, no es eso. Es que… ella se comporta raro cuando tú no estás. Me trata como si yo fuera la que sobra aquí.

Él enarca una ceja.

—Y ¿por qué no me lo habías dicho?

—Porque pensé que era cosa mía. Pero ya no sé. No quiero parecer paranoica, pero ella se cree la señora de esta casa.

Demetrio deja la taza a un lado y se acerca a ella.

—Nadie es más importante que tú aquí, Celine. Nadie. Y si ella te hace sentir incómoda, la bolsa hoy mismo.

—No quiero que la despidas... Quiero que me digas la verdad. ¿Tuviste algo con ella antes de yo venir a vivir aquí? ¿o ella se ha enamorado sola de ti?

Él la mira, en serio.

—¿Eso crees?

Celine se queda callada. No lo quiere herir. Pero ya no está dispuesta a fingir que no ve lo que pasa frente a sus ojos.

Demetrio le toma la cara con ambas manos y la obliga a mirarlo.

—Tú eres la única. ¿Entiendes eso? La única que importa. Y si alguien te hace sentir menos… no merece estar cerca de ti.

Ella asiente con un nudo en la garganta. Lo quiere creer. Lo necesita.

Pero cada mañana es una prueba.

Celine despierta sola de nuevo, en la cama, con el lado de Demetrio ya frío, como si él jamás hubiera estado ahí. Escucha pasos por el pasillo. Ríe Marilú, esa risa suave y condescendiente que ya se le ha clavado en los nervios como un aguijón.

Se levanta con esfuerzo, acomodando su camisón sobre la barriga que ya no le permite moverse con agilidad. Se asoma al borde del pasillo. Ella entra al despacho con una bandeja de plata en las manos. Su figura curvilínea se equilibra con gracia artificial, como si modelara para él. La puerta se cierra. Y Celine se queda sola otra vez.

Minutos después, cuando la sirvienta reaparece, viene peinándose con los dedos, acomodando su falda entallada. Ese no es el uniforme que solía usar. La blusa, más ajustada. Los labios, más rojos. Camina con una leve cojera, apenas perceptible… pero constante. Y cuando Celine la observa, Marilú le lanza una sonrisa cargada de veneno.

—¿No ha desayunado, señora? —pregunta como si nada—. Hoy preparé croissants con mermelada de frutos rojos. Son los favoritos del señor.

Celine asiente en silencio. Saliva traga.

—Gracias.

Celine pasa al comedor.

Pero no toca el desayuno. Se le revuelve el estómago. No por el embarazo. No esta vez.

Cada día es lo mismo.

Marilú aparece luciendo algo nuevo. Un arete de perlas. Una gargantilla brillante. Un maquillaje profesional que no tiene sentido para limpiar. Y cuando Celine se atreve a preguntar, siempre responde con esa voz dulzona que enmascara la soberbia.

—Es de mi novio. Dice que me merezco lo mejor.

Celine sonríe, pero su interior grita.

¿Cuál novio? ¿Ese que nunca menciona, que nunca llama, que nunca aparece por aquí? ¿O será que su “novio” duerma en la habitación a la que ella ya no pertenece del todo?

Esa noche, como todas, Demetrio regresa tarde.

Ella ya está en la cama, abrazando la almohada como un escudo. Él entra en silencio, se quita la camisa sin mirarla. Celine finge dormir. Pero su respiración se acelera cuando él se acerca y posa una mano tibia sobre su vientre.

—Sigues hermosa ¿estás despierta?—susurra él, besándole el cuello.

Pero a ella le duele. Le duele que diga eso después de haber estado solo con Marilú a puertas cerradas. Le duele sentirse tan poco deseado a pesar de que él la toma noche tras noche, sin preguntarle si realmente quiere.

—Estoy cansada —dice en voz baja, casi inaudible.

Él no se detiene.

—Yo también —responde, antes de besarle el hombro.

El se quita la ropa y se mete a la cama para tomarla a su antojo.

—Abre las piernas.

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