La hace suya con cuidado al principio, pero pronto se vuelve exigente, como si cada caricia debe recordarle a ella a quién pertenece.
El se abre paso en su interior. Celine gime suavemente, no por placer, sino por la mezcla confusa de culpa, cansancio y necesidad de no provocar su ira. Demetrio la miraba como si fuera todo su universo. Con los dedos le apartó un mechón del rostro, temblando apenas al rozar su piel, mientras se lo entierra más profundo. —No sabes lo que me haces sentir, Celine —susurra, como una confesión que se había guardado demasiado tiempo conteniéndose para no venirse todavía—. Desde que llegaste a mi vida, no pienso en otra cosa. Ella puede sentir como se tensa dentro de ella y se estremece. Ella baja la mirada, incómoda. El peso de sus palabras la apretaba el pecho. No sabía qué decirle. No sentía lo mismo... pero tampoco podía alejarse. No ahora. Demetrio le levanta el rostro con suavidad. —Solo déjame demostrarte cuánto te quiero. No me rechaces hoy. No hubo respuesta, solo el silencio tenso de su respiración contenida. Entonces él la besó. Al principio fue lento, cuidadoso. Besó cada parte de su rostro, como si estuviera recorriendo un mapa sagrado. Ella no respondió, pero tampoco se apartó. Su cuerpo estaba tenso, sus pensamientos confundidos. El se mueve más vigoroso. Sus labios bajaron por su cuello, luego por su clavícula, mientras murmuraba su nombre entre besos, le deja chupetones. —Eres mía, aunque no lo sepas todavía... y yo voy a hacerte feliz. Te lo prometo. Celine cerró los ojos. Una parte de ella deseaba huir. Otra, más rota, simplemente quería olvidar que había alguien más a quien sí había amado, alguien que ya no estaba. Demetrio la abraza con fuerza, como si temiera que desapareciera si la soltaba. Y entonces, entre susurros, piel y una devoción enfermiza, la mañana los envolvió. La insistencia de él y los sonidos que emite, la excitan. No quería venirse pero él seguía insistiendo y tocando su punto sensible. Sus manos temblaban ligeramente cuando él le acarició la mejilla, como si temiera romperla. Sus ojos, cargados de deseo, buscaban los de ella con una necesidad que rozaba la desesperación. —Solo mírame, Celine —susurra Demetrio, con su voz áspera por el control—. No quiero que pienses en nadie más. Solo en mí. Ella ascendiendo casi sin fuerzas, tragando el nudo en su garganta. Sentía que flotaba, atrapada entre la calidez de sus caricias y la presión invisible de su pasado. Los labios de él encontraron los suyos con suavidad al principio, pero pronto el beso se tornó más profundo, más exigente, como si quisiera robarle cada pensamiento, cada recuerdo. Él la acariciaba con reverencia, como si el simple roce de su piel fuera sagrado. Celine dejó escapar un suspiro cuando él cayó por su cuello, sembrando besos que ardían lentamente, dejando huellas invisibles. Se aferró a sus hombros cuando sintió que su cuerpo se fundía con el suyo, temblando ante la intensidad. —Voy a cuidarte —le prometió contra su oído—. No importa lo que hayas vivido... ahora me tienes a mí. Ella no respondió, pero sus ojos se humedecieron. Había una parte de ella que quería rechazarlo, poner distancia... pero otra se rendía ante ese calor, esa presencia que no pedía permiso, solo se imponía con una mezcla de fuerza y necesidad. Demetrio movía sus caderas con ritmo contenido, sin dejar de besarla, sin permitirle apartar la mirada. Era como si, en cada caricia, en cada susurro, quisiera convencerla de que su amor bastaría para los dos. —Eres todo lo que deseo —murmura él, rozando su mejilla—. Aunque no me ames todavía... no importa. Yo esperaré. Y en esa madrugada íntima, entre jadeos y caricias, Celine no supo si se entregaba al hombre... oa la soledad que él sabía llenar tan bien. Al terminar, él le da un beso en la frente, satisfecho, y camina hacia el vestidor. —Alístate. Hoy vamos al médico. Quiero ver cómo está nuestro hijo. Ella asiente en silencio, se cubre con la sábana y se dirige al baño mientras él elige lo que se va a poner. Horas después, llegan a la clínica privada donde Demetrio ha reservado citas anticipadas desde que ella cruzó el segundo trimestre. El consultorio está en el último piso, rodeado de paredes de vidrio y personal que sonríe con deferencia ante su presencia. Mientras espera que llegue la doctora, Celine se excusa para ir al baño y aprovecha para estirar las piernas. Recorre un pasillo blanco y silencioso, hasta que se detiene de golpe. Ahí está. Sentada en una banca, con las manos arrugadas sosteniendo una carpeta médica y los ojos clavados en el suelo. Celine la reconoce al instante. Ese rostro firme, los labios delgados, el peinado prolijo. La había visto una sola vez… el día que Austin le robó un beso en la plaza del centro y esa mujer, desde el auto, los miró con desaprobación. Era la abuela de Austin. —¿Usted…? —susurra Celine, sintiendo que algo muy dentro de ella se sacude. La mujer levanta la vista. La reconoce también. Su expresión se vuelve dura, impenetrable. —Tú. —Su voz es afilada como un vidrio roto. Celine se acerca a un paso, vacilante. —Yo… soy Celine. Salía con su nieto, con Austin. Disculpe, solo… ¿sabe algo de él? ¿Está bien? No supo nada desde hace meses, desapareció. Yo… yo estoy preocupada—dice bajito, temblando. La señora entrecierra los ojos. Su reacción no es la que esperaba. —Tú?— la mira de arriba abajo ¿Tú estás embarazada… y preguntas por él? —dice en voz alta, dolida—. ¡Por tu culpa mi nieto está como está! Celine se queda inmóvil. Su corazón se detiene por un segundo. —¿Qué…? ¿Cómo que “como está”? ¿Qué le pasó? —Eres una basura. Celine parpadea, tratando de entender. —¿Porque me dice eso, señora? Lo llame a su número y no respondió. —Aléjate de mí. No te atreverás a nada, él ya no está en este país. —No quiero molestarla solo quiero saber de él. El llanto se agolpa en su garganta, pero no tiene tiempo de salir. Una voz grave interrumpe el momento. —Celine vine por ti ¿Porque tardas tanto? ¿Quién es ella? Demetrio. Celine siente que el estómago se le revuelve. Se gira de inmediato, casi por reflejo. A la doña le llegó su turno y se levanta de la banca. —Solo… una señora que vivía cerca de mi casa. ¿ya llegó el doctor?—dice rápidamente, bajando la mirada. La abuela la observa con ojos heridos, pero no dice nada. Algo en la presencia de Demetrio la detiene. —¿Una vecina? —pregunta él, sin disimular su desconfianza. —Sí. Nada más, amor. Demetrio se le acerca y le pasa un brazo por los hombros, protector… y controlador. —Es hora de irnos, amor. El doctor espera. Te haré una sopa cuando lleguemos, necesitas descansar. Nuestro bebé nacerá sano y fuerte. Céline asiste en silencio. Al alejarse, no se atreve a mirar atrás. No puede. Pero por dentro, todo se agita. Austin está bien. Y no la busques. Pero… ¿qué pasará si lo hace? Ya en el consultorio. —Bien, señorita Celine —dice el doctor mientras acomoda el ecógrafo—, vamos a ver cómo está ese pequeño inquilino. Celine está recostada en la camilla, con el vientre al descubierto. Siente la gelatina fría sobre la piel y cierra los ojos unos segundos. Respira hondo. Junto a ella, Demetrio permanece de pie, con los brazos cruzados y la mirada fija en la pantalla. El sonido del latido inunda la sala. Fuerte. Rítmico. Vivo. El corazón de su hijo. —Ahí está —sonríe el doctor—. El bebé está creciendo perfectamente. Buen tamaño, buena posición, todo marcha muy bien. Celine apenas puede contener la emoción. Su mano se aprieta contra la de Demetrio. —Ya se puede saber… ¿si es niño o niña? El doctor asistente. —Sí. ¿Quieren saberlo? —Claro que sí —responde Demetrio antes que ella. Su voz es firme, como si fuera él quien tiene al bebé en el vientre. El doctor gira un poco el monitor para mostrar una imagen más clara. —Felicidades. Es un varón. Celine se tapa la boca con ambas manos. Lágrimas se le escapan de los ojos. No puede evitarlo. —Un niño… —susurra— Es un niño. Demetrio sonríe, pero su mirada es fría. Calculadora. —Eso es perfecto —dice sin emoción—. Un hijo necesita un hombre que lo guíe. Celine apenas puede mirarlo. Hay algo en su voz que le da escalofríos. Como si ya estuviera proyectando un molde en el que quiere forzar al bebé a encajar. — ¿Puedo tener una copia de la ecografía? —pregunta ella, con voz bajita. El doctor asiente, imprime la imagen y se la entrega. Demetrio se le acerca, la toma del brazo con cuidado —demasiado cuidado— y le murmura al oído: —Cuando nazca, lo llevaremos lejos. Nada de interrupciones. Ni pasados, ni nombres que ya no importan. Ella sola asiente. No puedo contar la verdad. No se atreva. No con esa expresión en su rostro. Al llegar al ático, Demetrio entra primero. La sirvienta Marilú, ya lo espera con una copa de vino, y sin que nadie se lo pida, toma su saco y lo cuelga. —Ve a descansar —le dice a Celine—. Esta noche cenamos temprano. —Estoy un poco cansada… —responde ella, con voz apagada. Demetrio la mira. Ladea la cabeza. Se acerca despacio. —Cansada de qué, piccola? ¿De vivir en este lugar de lujo? ¿De que te lleve a los mejores médicos? ¿De que te cuide más de lo que ese bastardo alguna vez lo hizo? —No dije eso… —murmura, bajando la mirada. Él le levanta el rostro con dos dedos. —No quiero verte triste, ¿entendido? Tu rostro solo debe tener dos expresiones: deseo… y felicidad. Ella se muerde el labio. Oriente. —Sí, Demetrio. —Muy bien. Ahora sube. Ponte ese conjunto blanco de encaje. El que compré en Milán. —¿Ahora? ¿Para cenar? —Para mí —responde él, muy despacio—. Quiero verte. Quiero saber que sigues siendo mía aunque ese bebé crezca dentro de ti. Celine sube las escaleras en silencio. Al llegar a la habitación, deja la ecografía sobre la mesita de noche. La observa por varios minutos. —Hola, bebe… —susurra—. O como sea que termines llamándote. No sé si algún día conocerás a tu verdadero padre. Pero yo te voy a amar. Aunque esté rota. Aunque me esté ahogando en una jaula con paredes de terciopelo. Ella duerme un rato y se despierta una hora después con una alarma que puso en su teléfono. Se cambia lentamente luego de ducharse. El conjunto blanco le queda justo, pero su panza empieza a notarse más, redonda y firme. Cuando baja, Demetrio ya está sentado, esperándola. La observa con fuego en los ojos. —Ven —ordena—. Espacio. Camina hacia mí. Ella obedeció. Él la toma de la cintura y la sienta sobre sus piernas. —Tú y yo, Celine. Nadie más. Lo que venga del pasado no importa. No hay lugar para fantasmas. Ella lo mira y asiente. Pero su corazón late con una punzada de miedo. Porque sabe que el pasado no desaparece.