El viento soplaba, cargado de cenizas, recuerdos y un presagio de alianzas que cambiarían muchas cosas.
Esa noche, en la casa antigua de los Costelo, Fabiola y Austin compartieron una copa de vino en la terraza. El aire de la ciudad tenía un olor extraño, mezcla de tierra mojada y secretos viejos en el jardín.
—No sabía que tenías tantos enemigos —dijo ella, mirándolo de reojo—casi nadie vino al entierro de tu abuela.
—No son enemigos… solo es la realidad. En esta vida es mejor no contar con mucho.
—Piensas hacer negocios con el matón del cementerio? No me da buena espina, esa secretaria se dejó agarrar el culo discretamente.
— Son piezas del juego —responde él, girando el vaso lentamente entre sus dedos—. Demetrio es peligroso, pero también útil. Si cierra negocios con él mi padre me dará un lugar respetuoso en la empresa. Y con la muerte de mi abuela… hay que aprovechar nuevos clientes, los tratos nuevos se hacen más jugosos.
Fabiola se quedó en silencio.
—Tu abuela estaría orgullosa —murmura después—. Pero no quiero perderte en este mundo de hombres que entierran todo lo que aman.
Austin la miró largo rato. Luego la atrajo hacia su pecho.
—Si algún día me pierdo, Fabi… prométeme que me vas a buscar. Aunque prefiero eso que agarrarle el culo a una empleada. Me da lástima su esposa, él llevaba anillos de matrimonio. Debe ser una pobre diabla.
Ella le rodeó el cuerpo con los brazos, con un temblor que no era de frío.
—Te buscaría incluso si ya no quedaría nada de ti. Ya deja de hablar de otra frente a mi.
Esa noche, dormidos en la cama en la habitación de invitados, Austin sintió que el pasado lo llamaba. Y esta vez... él no tenía intenciones de ignorarlo.
Seis años han pasado desde el accidente ...y la vida de Austin avanza a paso gigante.
La luz tenue del restaurante “Il Magnifico” daba un aire elegante y reservado. La cena de negocios era exclusiva: solo líderes del bajo mundo que se disfrazaban de empresarios con trajes caros, relojes suizos y sonrisas ensayadas.
Austin Maximiliano Costelo llegó puntual a su reunión anual. Traje negro, corbata granate, barba perfectamente recortada. Se había convertido en un nombre de peso en el mundo del transporte marítimo, pero nadie olvidaba que bajo ese traje estaba el mismo chico que crecía entre explosiones y silencios cargados de plomo.
— ¿Mesa del señor Gambino? —pregunta Austin ahora con veinticuatro años.
El maestro se puso erguido.
—Por aquí, señor Costelo —dijo el hombre con una reverencia elegante.
Cuando Austin llegó, ya todos estaban presentes.
Costelo Shipping Enterprises se expandió con rapidez por los muelles del Atlántico. Austin Maximiliano Costelo, con apenas esa edad, ya manejaba decisiones de alto calibre. Su padre, un hombre severo y meticuloso, le cedió la dirección tras comprobar que podía lidiar con el peso del poder sin temblar.
—Los errores se entierran en silencio, hijo —le había dicho una noche mientras quemaban papeles falsos en una parrilla oxidada—. Lo que no puedes controlar, lo elimina. Así se mantiene el legado.
Fue en ese tiempo cuando la figura de Demetrio Gambino comenzó a crecer en la vida de Austin. Dueño de Gambino Logistics & Security, traficaba mercancía con la precisión de un cirujano. Ambos sabían que necesitaban al otro, aunque jamás lo admitirían en voz alta.
El primer gran trato entre ellos se cerró en un muelle abandonado, mientras los buques esperaban cargamento con las luces apagadas.
—Tú tienes los barcos —dijo Demetrio, encendiendo un habano cubano—. Yo tengo las rutas por tierra. Juntos, nadie nos toca.
—Mientras seas discreto —réplica Austin, mirando al horizonte—. No quiero prensa, no quiero errores.
—No los habrá. Solo diez a tu gente lista. El primer envío sale en dos semanas. Y por cierto... —hizo una pausa—, gracias por no meterte en lo personal.
Austin dejó una ceja.
— ¿Te refieres a tu secretaria?
Demetrio alarmantemente con un dejo de picardía.
—Clara es leal. Guarda mis secretos. Incluso sabe de mis... distracciones. Pero mi esposa... mi esposa es una obra de arte. La amo. Solo que, ya sabes… uno sigue siendo hombre.
Austin bebió lentamente de su vaso antes de hablar:
—No me importa tu vida privada. Pero si Clara cae, el negocio se hunde. No me metas en tus enredos sentimentales. No estoy aquí para proteger tu matrimonio, sino nuestra carga.
—Tú eres frío, Costelo a pesar de estar casado. Por eso llegaste tan lejos tan joven —dijo Demetrio, admirando la firmeza del otro—. Tu viejo hizo bien al soltarte la rienda.
Desde entonces, los envíos aumentaron, las cuentas se engrosaron y las autoridades… comenzaron a mirar hacia otro lado. Costelo Shipping Enterprises y Gambino Logistics eran una dupla tan perfecta como peligrosa.
En la casa Costelo, el tiempo pasaba, pero Fabiola seguía allí. No como esposa ni como adorno de lujo, sino como la única persona capaz de leer a Austin incluso cuando no decía una palabra.
—Te estás volviendo uno de ellos —le dijo una noche, mientras le curaba una herida en el brazo—. Frío. Lejano. Peligroso.
—Estoy sobreviviendo —contestó él, sin mirarla—. Nadie sobrevive siendo tierno en este mundo, Fabi.
—Tu abuela estaría orgullosa. Pero yo... solo tengo miedo.
—Ya sabías en qué mundo te estabas metiendo al casarte conmigo ¿te estás arrepintiendo?
—No quise decir eso. Deja el trabajo fuerte a tus hombres.
Le acarició la mejilla, casi con culpa. Pero no podía detenerse.
Porque una vez que el juego comenzaba… era imposible salir sin mancharse las manos, porque habían trabajos que requerían su atención.
El comedor privado del hotel Continental estaba reservado exclusivamente para ellos. A la cabeza de la mesa, Austin bebía en silencio mientras Demetrio hablaba sobre nuevas rutas y una posible alianza con empresarios rusos. Lorenzo Bianchi, desde su extremo, asentía con expresión calculadora.
Austin escuchaba... pero sus pensamientos estaban lejos.
—Voy a mudarme a Nueva York —anunció de pronto, cortando el murmullo de los demás.
—¿Nueva York? —repitió Demetrio, sorprendido—. Pensé que te gustaban las sombras del sur.
—Las sombras no pagan impuestos —dijo Austin con frialdad—. Y necesito controlar personalmente los envíos que están saliendo de Jersey. Además… Fabiola lo necesita. Un cambio de aire podría ayudarla. Así que me tendrás más de cabeza en todo esto.
La torre se elevaba entre los rascacielos como una joya moderna. Piso 47. Ventanales de cristal, vista directa al Hudson, seguridad de lujo. Austin no escatimó en detalles.
Fabiola recorrió el apartamento por primera vez en silencio, con los ojos húmedos. Era hermoso. Se mudaron compraron todo nuevo pero Austin casi no estaba en la casa. Y a pesar de todo, ella se sentía sola.
Durante ese año intenté todo: tratamientos hormonales, acupuntura, dietas estrictas, clínicas privadas. Se sometió a tres ciclos de fertilización in vitro… todos fallidos.
Cada intento fallido la desgastaba. Austin estaba, sí, pero también estaba en reuniones, en los muelles, en llamadas. Fabiola no se quejaba. Solo se levantaba cada día con menos brillo en los ojos.
Hasta que, una tarde cualquiera, un mareo en el elevador la obligó a sentarse. Llamé a su médico.
Y cuando colgó… lloró durante veinte minutos sin poder moverse del suelo del vestidor.
Estaba embarazada.
Pero era un embarazo de alto riesgo. El médico era claro: reposo absoluto, cero estrés, nada de emociones fuertes. Cualquier sobresalto podría desencadenar una pérdida.
Esa noche, Austin llegó temprano.
Ella lo esperaba en la sala, en bata, con las manos sobre el vientre. No dijo nada. Solo le mostró el papel del laboratorio.
Él lo leyó, y por primera vez en mucho tiempo, Austin Costelo se sintió un poco completo. Besó su vientre como si fuera tierra santa.
—No te voy a fallar —le promete, con la voz quebrada—. A ti, ni a él.
Pero allá afuera… el mundo del crimen seguía girando. Y la ciudad que nunca dormía, pronto comenzaría a devorar todo lo que habían construido.