JULIA RODRÍGUEZ
—No quiero nada —respondí con voz apagada y una serenidad que me desconcertaba. Había dejado de llorar. Era como si mi cuerpo de pronto decidiera que era demasiado dolor y lo mejor era dejar de sentir.
Tomé el bolígrafo y cuando acerqué la punta al papel para garabatear mi firma, Matt posó su mano sobre la mía, con un atisbo de culpa, con algo de arrepentimiento.
—Solo explícame… dime ¿qué hice mal? ¿En qué fallé? —siseó con las mandíbulas tensas y los ojos cargados de desesperación—. Me equivoqué por dos años. Sé que 30 días no eran suficientes para curar todas las heridas, pero me arrepentí de corazón, cambié de corazón. Quise que te quedaras, que fueras parte de mi vida, quería a ese niño.
Entonces una pesada lágrima cayó de su mejilla, haciéndome sentir más miserable.
—¡Carajo! ¡Julia! ¡Dime algo! ¡Pídeme perdón! ¡Dime que te acepte de regreso con el niño! ¡Dime que dejarás de ver a ese tal Santiago! ¡Júrame que serás solo mía! —gritó perdiendo la cordura como ja