LILIANA CASTILLO
—Sabes que es cierto —contesté con calma—. ¿Qué dirán cuando sepan que el gran Rafael, quien se regodeaba con su gran trofeo, la novia del militar, solo fue un felpudo que mantuvo un hijo que no era suyo?
»Qué triste es cuando la realidad te escupe en la cara, ¿no? —Me sorprendía que atacar a su hombría fuera más doloroso para él que el daño físico—, pero no te preocupes, la realidad no te encontrará vivo, tendrás que retorcerte en tu tumba.
Entonces abrí la bolsa lentamente, ante sus ojos.
—¿Qué es eso? —susurró, pero sus ojos brillosos y angustiados delataron que ya sabía lo que era.
—Es Alondra, vino a devolverte el favor —contesté encogiéndome de hombros y con una gran sonrisa cubrí su cabeza con ella, enredándola en su cuello para que las cenizas de Alondra no escaparan. Rafael se sacudió con violencia, queriendo jalar aire, pero Alondra ya lo estaba ahogando, entrando a sus pulmones, asfixiándolo como él la asfixió a ella.
Contuvo la respiración mientras int