JAVIER CASTAÑEDA
—¡Vamos a jugar! —gritó Liliana corriendo hacia nosotros. Cada vez que la escuchaba el día se iluminaba, los pájaros cantaban e incluso se pintaban arcoíris en el cielo.
Y como ya era costumbre, apenas dio un par de zancadas cuando se cayó sobre el césped. Salí corriendo hacia ella, su vestido rosa estaba lleno de manchones verdes. Apretaba sus rodillas mientras hacía gesto de dolor.
—Me duele —susurró mientras me hincaba a su lado.
—Te raspaste las rodillas —contesté preocupado y sin saber cómo ayudarla. Cuando sus lágrimas se asomaron por sus ojitos me sentí peor—. No te preocupes, ya no te pasará, yo te cuidaré mucho, ¿está bien?, y le daré besitos a tus rodillas para que sanen más rápido.
Y sin pensarlo besé su herida con cuidado. Cuando levanté el rostro de nuevo hacia ella, recibí una sonrisa que me paralizó antes de que se lanzara hacia mí para abrazarme. Ese día supe que tenía que ser fuerte no solo para sobrevivir, sino para proteger a Lily, aunque eso me