LILIANA CASTILLO
—¡Buenos días! —exclamó Carmen entrando a la habitación sin ser invitada y la curiosidad de saber si habíamos intimado.
Noté la satisfacción en su rostro al encontrarnos en la cama, estaba orgullosa de su hijo. Entonces Javier recuperó esa máscara de frialdad y apatía. Su sonrisa se desvaneció y volvió a ser ese témpano que conocí por primera vez.
—Madre, ¿no crees que estás importunando? —preguntó Javier levantándose de la cama, con la sábana enredada en la cintura, luciendo su torso desnudo y esculpido por horas de ejercicio.
—Solo quería corroborar que mi nuera estuviera bien —contestó Carmen acercándose a mí y acariciando mi cabello—. Javier puede ser una bestia, la última mujer que estuvo con él terminó en el hospital.
Se me abrieron tanto los ojos que casi se me salen. Carmen acarició mi hombro y entonces vi una mordida profunda que no supe en qué momento pasó. Bajé la mirada y noté algunos moretones en mi cuerpo, principalmente en mis muslos.
Intenté hacer