JULIA RODRÍGUEZ
Llegué con el corazón latiéndome en la garganta. Con ambas manos aferradas al volante mientras mis ojos veían a través de la ventana la finca, ese lugar que había sido mi hogar por tantos años y que ahora temía que se convirtiera en un cementerio.
Uno de los hombres se acercó para abrirme la puerta. Intenté encontrar algo en su cara que me dijera si lo que me esperaba dentro era peligroso o terrorífico, pero no hizo gesto alguno. Se comportaba como si fuera un día normal.
—¡Julia! ¡Cariño! —exclamó mi suegra saliendo por la puerta principal con los brazos estirados como si quisiera darme un abrazo. Era una mujer que no le gustaban las traiciones y algo me decía que su alegría no era real. Me estrechó con suavidad antes de susurrar en mi oído—: Me alegra que hayas regresado tan pronto. Esto no podía esperar.
Me soltó y dio una media vuelta con elegancia, retomando su andar hacia el interior de la casa mientras yo paseaba la mirada por cada rincón, buscando a Mateo y t