SANTIAGO CASTAÑEDA
—¡Ya basta! ¡¿Qué es lo que quieres?! —exclamó Alex perdiendo la paciencia.
—A decir verdad… —susurré mientras me distraía con las pocas cosas dentro de la pequeña habitación. Era un lugar oscuro, sin muebles, con una cama vieja y dura, y un crucifijo en la pared. ¿Cómo podían vivir en esta clase de sitios?—. Tenía ganas de verte.
Por fin volteé hacia Alex, que era la única luz que iluminaba ese lugar. Sus ojos verdes se clavaron en los míos, arrancándome el aliento. No sabía cómo comportarme frente a ella. Mis manos hormigueaban deseosas de acariciarla, no con lujuria, solo… quería sentir su piel, quería… tocar su mano, sostenerla entre las mías, pero había una clase de resentimiento cruzando sus ojos que me obligaba a no acercarme.
—¿Le pediste permiso a tu esposa? —preguntó cruzándose de brazos y arqueando una ceja.
—¿Estás celosa? —pregunté con seriedad, pero por dentro rogaba que fuera verdad, que ella admitiera que quería el lugar de Julia, si así era, mov