El Grinch en mi interior p2
Por Melanie, Grinch Scott
Despierto en una habitación del hospital y veo a mi hermano como está agarrando del cuello al entrenador.
—E…Ethan…
—Despertaste, mi Mérida ¿Cómo te sientes, cariño?— su rostro me deja ver que lo que me ha pasado no fue muy bueno que digamos, así que mejor le respondo rápido.
—Salvo porque creo que me pasaron tres camiones con acoplado por encima todo bien, Ethan.
¡Ves! Ni siquiera tuve una conmoción cerebral, me acuerdo de ti y que hoy es uno de diciembre y que odio la navidad. ¿ya me puedo ir a casa?— intento levantarme y es ahí que me doy cuenta que tengo mi pierna levantada y una enorme bota que cubre hasta mi rodilla—¡A la verga, Ethan, voy a matar a ese imbécil de Powell!
—Tranquila, cariño. Adrien está peor que tú, en realidad fue él quien recibió más daño que tú.
—¿Qué? Esto debe ser una broma de mal gusto ¿no? ¿cómo que él quedó peor que yo?
—Yo… Yo lo siento mucho, Melanie. Nunca pensé que el forzarlas tanto provocaría que las dos grandes estrellas de nuestros equipos estuvieran en el hospital. ¡Todo esto es mi culpa!
—Y claro que lo es, entrenador. Se lo dije de un principio, pero su sed por ganar lo cegó, ahora aténganse a las consecuencias. Usted sabe que estamos en las finales y estarían los reclutadores, Powell sería visto por los coach de las mejores universidades y aunque me caiga de la patada, el se merece esa beca.
Lo que era cierto, puedo ser un verdadero Grinch con él, pero el tipo se merece esa oportunidad y ahora, por la desidia del entrenador y por quererle llevar la contra como siempre estábamos los dos en una cama de hospital hasta quién sabe cuándo.
Esa noche no dormí ni m****a, me sentía culpable de lo que había hecho y más aun sabiendo que podría haberlo esquivado y listo. La mañana comenzó con la visita de todos y cuando digo todos, es todos, hasta Lamas estuvo un ratito conmigo temprano y me llevó un rico chocolate caliente.
Mamá no decía nada, solo me acariciaba mi larga cabellera y refunfuñaba cada vez que alguien hablaba del tema. El más molesto era Timothy y terminamos discutiendo, ese era otro que me culpaba porque su amigo aún no despertaba. Papá se molestó con él y le pidió amablemente que saliera de mi habitación. Todo era una porquería.
Estábamos a una semana de vísperas de navidad y en mi caso ya mi pierna estaba mejor, aunque andaría con bota por un mes. La amorosa de Ágnes me contaba de la evolución de Adrien, o por lo menos que su cuerpo estaba bien, sólo que su cabeza había sufrido mucho y aún no despertaba.
Y es ahí que recuerdo porque odió estas fechas, siempre había algo malo que pasaba ya sea en navidad o cerca de ella.
Años anteriores mi hermano Thomas casi muere cuando Alma y mamá fueron secuestradas por su tío, en esa época yo era muy pequeña y no entendía mucho, pero todo lo que sufrimos por culpa de ese loco nos dejó mal.
Alma al tiempo después se fue y casi no la vimos por cuatro largos años. En estas fechas, mi mamá lloraba en silencio cada 24 de diciembre por no tener a toda la familia junta y muchas veces le pedí a santa que trajera a mi hermana de vuelta para navidad, cosa que no sucedió.
Y ahí dejé de creer…
El día de hoy, necesitaba moverme de esta cama. Cuando la última enfermera hizo su ronda y salió de mi habitación me mantuve quieta por un rato y al no escuchar nada por los pasillos me decidí a salir. Tomé mis muletas y abrí la puerta con cuidado, miré para ambos lados y no había moros en la costa. Caminé por cuidado por el pasillo y entré a la primera habitación.
—Upsi, lo siento— dije al ver a Lamas sentado al lado de la hermana de Vannah leyéndole un libro.
—¿Qué haces aquí, princesa?
—La misma pregunta te haría yo, pero me imagino que lo tuyo es por una buena causa. A propósito ¿Sabes dónde está Powell?
—En la 404, es la tercera después de esta y Mel…
—Gracias, lo sé. Guardaré tu secreto.
Salí de la habitación de la hermana de Vannah y le hice caso a Lamas, llegué a la habitación 404, tomé el pomo de la puerta, di un fuerte y largo suspiro y entré.
Ahí estaba mi compañero y amigo, porque a pesar de todo él siempre había estado ahí para mí y para Cameron, con sus bromas y risas sarcásticas, con esa cara de idiota que siempre me daba cuando no entendía la tarea de literatura o cuando nos pusimos los primeros patines y fuimos a la pista de nieve.
Ese era el idiota que ahora estaba con su cabeza vendada, sus ojos cerrados y su cuerpo conectado a una máquina que monitoreaba sus signos vitales.
Como pude me acerqué a su cama y me senté a su lado.
—Idiota ¿Qué fue lo que hiciste? No sabes lo preocupada que he estado por ti, debiste haberte movido no bloqueado a tus compañeros.
Unas cuantas lágrimas, salen de mis y la ansiedad me comienza a dominar.
Suelto un sollozo fuerte y el corazón me duele de verlo en esta cama sin poder moverse. Dejo mis muletas al lado de su cama y me siento en la silla al lado de su cama, tomo su brazo y comienzo a hablar.
—¡No sabes cuánto te odio! Por ti todos me culpan, eres un ingrato que le gusta ser el centro de atención, ¿Por qué? ¿por qué lo hiciste?
Desearía tanto que por una maldita navidad pudiera disfrutar de una bella noche con la familia, los amigos y contigo diciéndome todas esas estupideces que te encanta decirme.
Si santa existiera, le pediría que me obsequiara ver una vez más esos ojos verdes que te encanta revirar cada vez que tengo razón en algo y poder decirte que esta Grinch tenía razón y tú eres un idiota insoportable.
Lo siento, de verdad que lo siento, Adrien. No era mi intención que te pasara esto, yo te quiero mucho y…
Una leve risita salió en esos momentos y una mano grande tocó mi cabeza.
—No sabía que dármelas de héroe haría que la gran Melanie Scott me dijera que me quería— levanté mi cabeza y lo vi, estaba con una tremenda sonrisa en esa cara boba y sus ojos me miraban con alegría.
—Idiota ¿estabas despierto?
—Hace como dos horas.
Mi Grinch interior salió en toda su plenitud y comencé a golpear su pecho, estaba tan enojada con él, le había dicho ¡Dios! Le dije que le quería…
—Eres un maldito hijo de la gran fruta, Adrien Powell. Me las vas a pagar.
Intenté levantarme de la silla y el idiota ese me tomó por la cintura y me sentó a su lado en la cama, me tenía fuertemente abrazada que a penas y podía moverme y ya tenía ganas de asesinarlo con una de mis muletas, pero éstas habían volado en el proceso.
—Deja de pelear, mi dulce Grinch. Tu deseo de navidad se ha cumplido.
—No me hables y suéltame, idiota. Me quiero ir de aquí.
—Pues no te irás, ahora es momento de cumplir mí deseo de navidad.
De la nada, saca una ramita de muérdago y la levanta sobre nuestras cabezas, vuelve a sonreír como idiota y de la nada me besa.
Esto no podía ser cierto, el muy desgraciado me había robado mi primer beso como deseo de navidad…