Capítulo 2

Una navidad en familia

Por Agustín Soré

—Es hora de levantarse, viejo mañoso—la voz de esa vieja incordio que me susurra al oído me saca una sonrisa de oreja a oreja.

—Déjame descansar unos minutos más, vieja molesta— digo tomando la mano que acaricia mi mejilla y la sonrisita de mi vieja enojona.

—Debes tomarte tus pastillas y yo tengo que preparar las galletas para las casas de jengibre que harán mis niños.

—Ah— suelto un suspiro melancólico — aún recuerdo cómo mis princesas y Enzo celebraron su primera navidad en Italia, después que Alma lo obligara a quedarse con nosotros, fueron nuestras últimas vacaciones como familia, después mi hijo se transformó en un energúmeno y a los pocos años se separaron.

—Lo recuerdo como si fuera ayer, cuando Blue nos dijo que se vendría acá con mi Almita y a los pocos meses después las acompañó Val.

—Hay algo que siempre me he preguntado y aún no hay respuesta en mi cabeza ¿Qué tanto mal hice para que mis hijos fueran unos desgraciados?— digo, mientras dejo que mi viejita me limpie las lágrimas que caen por mis mejillas.

—Tú no hiciste nada, Agustín. Tus hijos forjaron su propio destino, tú les diste todo. No solamente lo material, sino que también todo tu amor desde que tu esposa falleció.

Pero si lo ves de otra forma, mi Blue no fue así y sin ser tu hija biológica ella y su esposo te han dado tanto amor.

—Y nuevos hijos, nietos, bisnietos y sobrinos, tienes razón. Yo debo estar agradecido de todo aquello que la vida me ha ofrecido, ya no puedo llorar sobre la leche derramada.

—Así me gusta, mi viejo mañoso. Te amo, con todo mi corazón.

Gloria, besó mis labios con esa dulzura que jamás sentí en una mujer, ni siquiera en mi esposa. Ella llegó a trabajar cuando Blue quedó huérfana, ya para esa época era un viudo trabajólico y con dos hijos que necesitaba ayuda. Aunque, muchas veces la trataron como poca cosa, pero esa mujer se ganó mi confianza y aprecio cuando mi hijo me dejó, literalmente, en la calle. Todavía recuerdo lo que me dijo el día que nos desalojaron de mi casa.

“Te vienes conmigo y no acepto un no como respuesta, ya hablé con Val y ella me dijo que su padre haría todo por llevarnos a Estados Unidos, así que te aguantas, Soré. Ahora soy yo la que manda porque nos vamos a mi casa”

A las pocas semanas y en un día de san Valentín, me reencontré con mis princesas y tuve el honor de conocer a mi yerno y sus hijos.

Todos los que nos recibieron ese día nos trataron muy bien y después de las palabras de Adam no me quedó de otra que asentarme en este país y dejar a mi querida España. Aunque nada ya tenía en ese lugar, solo recuerdos.

Después de bañarme y dejar que mi vieja mañosa me ayudara a vestir y arreglara, me senté en mi silla de ruedas y salimos de nuestra habitación en la casa de mi hija.

Ya son las siete treinta de la mañana y el bullicio en la casa no se hace esperar. Mis hermosos mellizos discuten por algo de sus trabajos en su último año de escuela, mi pequeño Elliot está armando uno de sus nuevos experimentos y las gemelitas corren de un lado a otro para que Alma no las peine.

—Te atrapé — dice mi viejita mañosa a la pequeña Catalina. Ella y yo somos los únicos que las sabemos diferenciar al dedillo. Cata es un poco más calmada que Alondra y aunque juegan a cambiarse entre sí, a nosotros no nos hacen tontos.

Tomamos el desayuno en familia y, como siempre, esos niños nos hicieron la mañana. Cuando terminamos, Blue y Adam salieron a trabajar sin problema y los chicos se fueron a la escuela.

A eso del medio día , Alma recibe una llamada de su amiga Dana y comienza a preparar las cosas para salir. Enzo sale tras ella y después escuchamos unos cuantos gritos, Alma sale toda enfurruñada y Enzo no entiende ni m****a, ambos se despiden de nosotros y se llevan a los niños.

Con menos gritos y con cara de circunstancia nos quedamos mirando, para luego seguir con nuestro día a día. Ya esos dos volverían y nos explicarían lo que sucedió.

Así pasaban mis días y no me arrepiento de nada de lo que he vivido en Estados Unidos, cada decisión que he tomado junto a mi viejita ha sido producto de una conversaación clara y honesta. Con la participación de toda la familia y con la convicción de que el pasado ya quedó atrás y como dije, sin llorar sobre la leche derramada.

Glorita se dispuso con las niñas de la cocina a preparar galletas para las casitas de jengibre y yo me fui al estudio a leer un rato.

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