La mañana siguiente amaneció luminosa en Ciudad Segovia. El hotel de lujo donde se hospedaban todos los invitados todavía respiraba el eco de la fiesta de la noche anterior: copas a medio vaciar, flores caídas sobre las mesas y un aire dulce a pastel recién cortado.
En el salón del desayuno, una larga mesa rebosaba de café, frutas frescas, panes calientes y jugos de colores. Isabella llegó de la mano de Sebastián, ambos aún con ese brillo en los ojos que solo la celebración compartida podía dejar. Vanessa y Fabio, los recién casados, estaban sentados en el centro, bromeando con quienes pasaban, mientras algunos invitados seguían con gafas oscuras para disimular la trasnochada.
—Pensé que nadie iba a levantarse antes del mediodía —rió Isabella al sentarse.
—El hambre es más fuerte que el cansancio —respondió Rayan, sirviéndose una torre de panqueques.
Karina, a su lado, bebía tranquilamente una malteada de fresa que había pedido a propósito, porque decía que le recordaba a la infan