Un matrimonio infeliz que terminó en divorcio, no podía tener una segunda oportunidad. Ashley estaba convencida de eso, pero su exmarido trataría a toda costa de volverla a enamorar. Sin embargo, ¿se puede perdonar una infidelidad?
Leer más—¡Eres tan poca cosa para mi hijo! ¡No sé cómo fue que se casó contigo!
Un fuerte golpe se escuchó, seguido de aquellas palabras. —¡Suélteme, señora!Ashley intentó liberarse del agarre de su suegra. El cuero cabelludo de la mujer ardió, mientras sentía como eran jalados sus cabellos. Débora la soltó con un fuerte empujón haciendo que chocará contra el sillón a su lado. Los ojos de la menor empezaron a escocer a causa del dolor y la humillación recibida. No solamente le dolía la cabeza, sino que, además, tenía la mano de su suegra estampada en el rostro. —¡Qué te quede claro que no permitiré que mi hijo siga contigo!—la amenazó la mujer, antes de tomar su fina cartera y marcharse de su casa dando un sonoro portazo.La joven no se imaginó que al abrir la puerta de su hogar, se encontraría con aquella señora tan enfurecida. Era la primera vez que veía a su suegra, la primera vez que cruzaban palabras. Sin embargo, aquello le bastó para desear no volver a verla lo que le restaba de vida. Su matrimonio con Angelo se había dado a escondidas. Ambos se habían casado, huyendo de la renuencia de sus familias, pero convencidos de que su amor era lo suficientemente fuerte como para superar cualquier obstáculo. Realmente, Ashley llegó a creer en el cuento de amor perfecto. Eran como Romeo y Julieta a su parecer, sin embargo, no tenía idea de lo desubicada que estaba respecto a eso. Porque el hombre que creía que la amaba, no era más que un farsante. Luego de renunciar a su posición económica, la joven debía trabajar para ayudar a mantener su hogar. Esa tarde, regreso un poco más temprano a casa debido a que la tienda de ropa dónde trabajaba había decidido cerrar antes. Ashley iba pensando en lo que le prepararía a su marido para cenar, sin imaginarse que Angelo estaba degustando de otro tipo de cosas. Un gemido la sobresaltó cuando cruzó la puerta de entrada…«¿Eso qué fue?», se preguntó en su mente, evitando pensar mal. «Quizás es la televisión», concluyó con convicción, encaminándose a la recámara matrimonial. Sin embargo, jamás se imaginó lo que encontraría en esas cuatro paredes. El mundo a su alrededor pareció detenerse, mientras veía como aquella mujer de rostro desconocido, cabalgaba a su marido. La imagen era digna de una película porno, una vulgar película si le preguntaban. Sus ojos se humedecieron ante lo que veían y una lágrima traicionera se escapó de los mismos. Eran muchos sentimientos mezclados a la vez: decepción, rencor y tristeza. —¡Angelo!—chilló queriendo encontrarse a alguien más en aquel lecho. Quizás se trataba de una pareja que se había metido a su casa sin permiso, quiso pensar, inclusive por un minuto su mente quiso engañarse con eso. Pero no. La realidad era completamente distinta. El hombre en cuestión alzó el rostro para encontrarse con su esposa. Lejos de la reacción que Ashley hubiese querido, Angelo se mostró orgulloso. Y aquella mujer de pelo rojizo no detuvo sus movimientos, por el contrario, su danza se intensificó haciendo que los gemidos fuesen estrepitosos. —¡Oh, sí!—la susodicha parecía estar en pleno orgasmo, mientras el rostro de su marido se desfiguraba por el placer recibido. Los dos parecían disfrutarlo demasiado. Sin poder creer semejante descaro, Ashley estalló, acortando la distancia en dos grandes zancadas y tomando a la mujer por sus rizos rojos. Le jalo el pelo con tanta fuerza que en sus manos quedaron varios mechones. —¡Suéltala!—exigió Angelo, saliendo a socorrerla. —¡Maldito! ¡¿Cómo pudiste?!—despotrico golpeándolo en su ancho pecho. Era un desgraciado. —¡Basta!—exigió el hombre dándole un empujón que le hizo caer al suelo. Ashley no podía creer que la hubiese agredido, aquello era demasiado para su desecho corazón, el cual se rompía más y más con cada segundo. —¡Eres un desgraciado! ¡Te odio, te odio!—Pues da lo mismo, Ashley—hizo como si su rencor no le importara—. Creo que esta fue la forma más efectiva de pedirte el divorcio. ¡Por favor, lárgate de mi casa!—¡¿Qué?!Realmente aquello era el colmo, era él quien le era infiel y se atrevía a exigirle algo como eso. Simplemente, su descaro era demasiado. —¡De ninguna manera! ¡Serás tú el que se largue!—gritó de vuelta. —Te equivocas, Ashley—el hombre sonrió de manera perversa. Inclusive la mujer a su lado se atrevió a soltar una estridente carcajada, que le provocó náuseas—. La casa ya la vendí. Así que tendrás que irte sí o sí. Aquello la tomó por sorpresa, haciendo que sus ojos se abrieran desmesuradamente. «¡¿Qué la había vendido?! Eso no podía ser verdad, si la casa era de ella», pensó renuente a creer tanta maldad de parte del hombre al que amaba. —No puedes estar hablando en serio—murmuró de pronto en voz muy baja. Toda aquella situación empezaba a superarla, era como una espantosa pesadilla de la que ya deseaba despertar. Inclusive, disimuladamente, llegó a pellizcarse con la esperanza de que todo esto no fuera real. Pero lamentablemente todo era tan real, tan real como el sol que había salido esa mañana y tan real como su corazón roto que parecía imposible de reparar. Todo dolía tanto, que no pudo evitar derrumbarse. Ashley lloró, mientras empuñaba las manos, clavándose las uñas en su palma. Un segundo después, se puso de pie y se abalanzó al ataque de aquellos que habían osado destruirla. Porque así era como se sentía, destruida. El escándalo que se presentó en aquella residencia fue tanto que los vecinos tuvieron que intervenir. En cuestión de media hora, la policía los tenía a los tres arrestados, en una comisaría, esperando a que dieran explicaciones de lo ocurrido. —No hay mucho que decir, oficial. Este tipo de aquí, usó nuestra casa como motel para acostarse con esta zorra. Así que como comprenderá, las cosas no podían ser más pacíficas—explicó Ashley, deseando terminar con esto pronto. Ansiaba con locura irse de allí cuánto antes, pero no solamente quería irse de la estación de policía, sino que deseaba poner mar y tierra de por medio. No quería volver a ver a Angelo Westler en su vida…No lo podía creer, pero era cierto. Y ahí estaba, al lado de su marido, presenciando como su hija, la más pequeña de su rebaño, caminaba hacia el altar convertida en toda una hermosa mujer.La brisa marina acariciaba el cabello de Aranza, mientras caminaba por la fina arena de la playa, la cual se extendía bajo sus pies descalzos.—Se ve preciosa—le dijo Ashley a su esposo, sin dejar de admirar a su pequeña hija, aunque ya no era tan pequeña, ahora era una linda dama. Aranza, radiante en su vestido blanco de encaje y tul, sostenía un ramo de flores silvestres que combinaba a la perfección con el entorno natural que los envolvía. Su sonrisa era una mezcla de nerviosismo y felicidad, reflejando la emoción de ese día tan especial. Estaba a punto de casarse con el hombre que amaba. Y aunque para cualquiera hubiese podido parecer una decisión apresurada, ya que recién había cumplido sus veintiún años, ella estaba segura de que era con ese hombre con quien quería compartir el resto de su vi
—Me siento extraña. —¿Por qué?—Es que estar sin los niños es…—Estarán bien, Ashley. Mi hermano y su esposa lo cuidarán. Tranquila, ¿sí?—No dudo de eso, es lo que los voy a extrañar. —Yo también, cariño. Pero es justo que tengamos un momento a solas, los dos.La mujer sonrió, por supuesto, que quería estar a solas con su esposo, era solo que se sentía un poco melancólica. Era inseparable con sus niños y estar sin ellos la hacía sentir extraña, como si le faltará algo y, efectivamente, así era. Le faltaba lo más importante, sus hijos. Pero realmente estaba exagerando, ya que solamente sería un fin de semana y sabía que la esposa de Ángel, Karla, los cuidaría muy bien. Karla llegó a la vida de Ángel como un rayo de esperanza, se conocieron de la manera más casual posible. Un día, simplemente, cruzaron miradas en un semáforo y luego se empezaron a ver en otros sitios de manera más frecuentes. Ángel se acercó a ella, conversar con Karla le resultaba fácil, era dulce, servicial, y rá
Su bebé tenía tres meses, pero se sentía tan cansada en ese tiempo compartido. Sin duda ser madre era una tarea realmente agotadora, a pesar de tener experiencia previa en el tema, no dejaba de pasar noches difíciles, noches sin dormir. Sin embargo, cuando veía su pequeño rostro regordete y sus ojitos llenos de curiosidad se derretía cualquier atisbo de cansancio. Con solo mirarla recobraba las fuerzas necesarias para seguir adelante.A sus pies, se encontraba su hijo Arnold, quien jugaba con sus bloques de construcción, creando torres imaginarias que se derrumbaban con un solo movimiento. Su risa era contagiosa y llenaba la casa de alegría, el cual era un sonido que atesoraba.—¡Mami! ¡Mami! ¡Mira la torre que acabo de hacer! —Oh, es enorme, hijo. —¿Crees que cuando sea grande pueda hacer una torre así de grande? —Sin duda, cariño. Podrás lograr todo lo que te propongas y aquí tendrás a mamá, dispuesta siempre a darte una mano, si el camino se torna difícil. —Gracias, mami—le son
Era de noche cuando entró a la habitación de su pequeña, de esa pequeña que aún no nacía, pero que añoraba con mucho amor. Recién había cumplido cuarenta y dos semanas de embarazo, y su niña aún no daba señales de nacer. Esto la tenía muy preocupada. Era la primera vez que le pasaba algo así.Con un suspiro detallo lo hermoso que había quedado todo, desde el color de las paredes en tonos cálidos, hasta las delicadas ilustraciones de flores que le daban más dulzura al espacio. Pero eso no era todo, en una esquina de la habitación, se encontraba la cuna, cubierta con una colcha blanca bordada a mano con motivos infantiles. Era preciosa.Al lado de la cuna, había una mesita de noche que sostenía una lámpara tenue, que proporcionaría una luz suave y reconfortante durante las noches. Y sobre la cuna, un móvil giratorio con figuritas de peluches.Frente a la ventana, había una espaciosa mecedora colocada estratégicamente, con cojines mullidos dispuestos para brindar comodidad a la madre dur
—No, no nos podíamos alejar mucho de la ciudad. Así que la mejor elección fue esta—comentó Ashley, cuando estaban llegando al lujoso hotel en donde pasarían su luna de miel.Inmediatamente, la imponente arquitectura del sitio y los cuidados jardines les dieron la bienvenida a la pareja. —Es enorme—señaló Ashley, ella únicamente lo había visto por fotos cuando hizo la reservación. —Lo es. El personal los recibió con cálidas sonrisas y amables gestos.—Felicitaciones por su matrimonio. Espero puedan pasar una velada encantadora en nuestro hotel—le dijo la recepcionista al tomar nota de su llegada.—Muchas gracias—contestó la pareja y fueron guiados por el personal hacia la habitación que ocuparían en su estadía en el hotel. Angelo, con gesto protector, rodeó la cintura de su esposa mientras caminaban hacia el ascensor. —No te alejes demasiado—le dijo al oído. —¿Cómo alejarme si me estás tomando por la cintura?—se burló la mujer. Su esposo se comportaba como un maniático desde que
Ashley se paró frente al espejo con su vestido de novia en mano, su barriga de siete meses de embarazo resaltaba más que nada, haciéndola verse algo extraña. Aun así, no podía evitar sonreír mientras miraba su reflejo en el espejo. A pesar de sentirse más hinchada de lo habitual, se sentía hermosa ese día.«Qué diferente sensación», pensó al recordar el día de su boda con Enrique, la monotonía con la que se vistió, el poco deseo que tenía de hacerlo. Con cuidado, decidió deslizarse en el vestido blanco, dejando que la tela suave y delicada envolviera su figura. Ajustó uno que otro detalle y se admiró en el espejo una vez más, sintiendo una mezcla de emoción y felicidad que la hacía brillar mucho más.El vestido de novia que ahora usaba, le recordó el día en que se casó por primera vez con Angelo, qué diferente había sido todo. Ese día no hubo vestido como tal, los dos se habían vestido con una ropa formal y habían salido juntos a sellar su amor. Aquello había sido tan impulsivo, y fue
Último capítulo